viernes, 21 de noviembre de 2014

CAPITULO 10





PEDRO




Solo mirar a Paula me ponía duro como una roca. Hablar sobre los malos momentos y todo. Iba a enloquecer. Justo ahora, mis niveles de testosterona se hallaban probablemente fuera de los límites. ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba tan sexualmente hacia Paula?


Lo bueno era que se hallaba sentado, así que no es muy obvio.


Había leído sobre el destino y de saber cuándo conocerías a la persona adecuada. No podías apartar tu mente de ellos.
La verdad es que, no era la clase de chico que reaccionaba con cualquier chica de ese modo. Ninguna otra chica tenía el crudo efecto primario en mí como la dulce e inocente Paula. Todavía me negaba a creer que había intimado con… Joaquin. El pensamiento de él con ella
provocaba que la ira ardiera a través de mi sangre como ácido.


No tenía el maldito derecho a utilizarla de la manera en que lo había hecho. El problema es que, ella ni siquiera era consciente de ello.


¿Resultaría ser el chico malo, el cretino por decirle la verdad ahora que se hallaba muerto? Yo solo no la quería destrozada y amargada por el resto de su vida pensando que él era su único y verdadero amor. Bueno, podría haber estado enamorada, pero él seguro tenía otros planes en su
mente.


El verdadero lado de Joaquin no era tan inocente.


Era otro lobo con piel de cordero, una falsificación de un buen chico, un gran maldito estafador. ¡Mierda! Podría sentir mi sangre hirviendo por la idea de lo que le hizo a ella a sus espaldas. La verdadera razón por la que murió fue porque su propio engaño lo atrapó.


¿Pero cómo le dirías eso a la chica quien pensaba que era todo para ella? No lo haces.


Paula debería haber estado conmigo desde el inicio. De acuerdo, me encontraba tan jodido en ese entonces y no quería que saliera herida. Pero al menos habría sido sincero con ella, justo como lo había sido con cualquier chica que había salido.


—Han pasado diez minutos. —La suave voz de Paula me trajo de nuevo a la realidad—. ¿De… deberíamos apagar la calefacción ahora, para conservar energía?


Claramente le aterraba quedarse sin gasolina y quedar atrapada en el frío glacial. Había planeado tenerlo en marcha por otros cinco minutos. No había pasado ni siquiera diez minutos todavía. Lucía tan vulnerable hecha un ovillo en el asiento del pasajero, sus piernas enrolladas y sus hombros encorvados.


—¿Estás segura de que estarás bien? —pregunté.


—Sí. Solo no quiero que nos quedemos sin combustible o algo.


—No lo haremos. No por ahora. Solo no quiero congelándote sobre mí.


No tenía idea de la clase de ideas que corrieron a través de mi cabeza. Era una locura. Esta chica me enloquecía de una manera sexual. Culpa se derramó sobre mí por tener esos pensamientos sobre ella pero era un chico de sangre caliente. No podía evitarlo. En un momento como este, haría a una chica gritar con una sobredosis orgásmica y rogar por más mientras deslizo mi pene dentro de ella.


La idea de estar profundamente dentro de Paula endurecía mi pene como una roca ahora. ¡Justo lo que necesitaba!


La dulce fragancia que utilizaba en ese momento era
embriagadora. Tan sensual. ¿Iba a encontrarse con un chico cuando llegara a la ciudad? ¿Cuáles eran sus otros planes además de un nuevo trabajo ahí?


Sus largas y torneadas piernas me desenfrenaban con
pensamientos eróticos de lo que podía hacer con ellas. ¡Cristo! ¿Cómo se sentirían envueltas alrededor de mi cintura? Imaginé chupar sus labios, luego mover mi boca más abajo y tomarla entre sus piernas. Me preguntaba si ya había experimentado un orgasmo. Uno verdadero. Un
orgasmo peculiar, estremecedor de pies que la dejaría entumecida con éxtasis más tarde. Quería hacer todas esas cosas con ella.


—¿Qué estás pensando? —susurró en una voz baja que sonaba más como trabajadora de sexo telefónico, pero podía asegurar que esa no era su intención. Había apagado el motor y el coche se enfriaba cada vez más con cada minuto que pasaba.


—No creo que en realidad desees saberlo justo ahora.


—Pruébame.


—Muy bien. Sinceramente quiero follarte. Quiero estar dentro de ti ahora mismo, Paula. Te quiero tan intensamente que está enloqueciéndome. —Una sonrisa con diversión tocó la esquina de mis labios. La mirada paralizada en su rostro no tenía precio.


Se encontraba en silencio. Sus ojos abiertos con asombro
mientras registraban mi rostro. Bueno, eso probablemente hizo que su temperatura subiera un poco para mantenerla caliente.


—¿Qué? —Su voz era casi inaudible. Rojo tiñó sus mejillas
inmediatamente. ¡Oh, Dios! Realmente se avergonzaba por lo que había dicho. Esa no era mi intención, pero entonces ella quiso saber lo que se encontraba en mi cabeza y para todos los que me conocían, nunca fui un buen mentiroso. Le dije justo lo que pensaba.


—Te quiero, Paula. ¿Es tan difícil de creerlo? —Me giré para
enfrentarla. Adrenalina corría a través de mis venas.


Sus labios se veían rojos como una fresa madura. Me pregunté si sabrían tan dulce como lucían. Me imaginé lamiendo su dulzura, deslizando mi ardiente lengua dentro de sus labios entreabiertos, buscando su propia lengua.


Me preguntaba cómo se sentirían sus labios envueltos alrededor de mi duro pene palpitante justo ahora. El ardor de mi erección estaba volviéndome loco.


Traté de resistir la necesidad de complacerme en este momento porque sabía que Paula probablemente se encontraba demasiado impresionada para hacer algo al respecto.


Traté de desviar mis pensamientos mientras una ráfaga de espesa nieva caída duro en la carretera.


Encendí las intermitentes.


—¿Para qué es eso? —dijo, sin mirarme, su rostro todavía se veía rojo como un tomate. Tan oscuro como su labial. Podía ver su voluptuoso pecho, elevando y cayéndose fuertemente con cada respiración que tomaba. Si solo supiera cuan irresistible lucía justo ahora. Su cabello castaño por los hombros arrojado hacia un lado, acentuando sus altos pómulos y sus delicados rasgos faciales. Paula era tan sexy como el infierno y ni siquiera actuaba como si lo supiera. Era tan… modesta. Sí, esa era la palabra para describirla. Era tan modesta.


—Por seguridad. En caso de cualquier vehículo de emergencia se acerque, de este modo podrían vernos.


—¿Deberíamos intentar caminar y ver…?


—No —respondí casi con dureza.


—¡Pero podríamos morir en este coche!


Pensé que probablemente la idea de yo toqueteándola en su siesta, lo cual nunca haría, atravesó su mente. Éramos, después de todo, los dos. Solos. Juntos. Varados.


—Mi vehículo no se moverá ahora. Incluso si lo intentamos, nos quedaríamos sin combustible antes de que lleguemos a la estación, así que estamos mejor aquí por ahora.


Suspiró profundamente. Una expresión preocupada cubrió su hermoso rostro.


—¿Qué estás pensando? —susurré.


—Nada —respondió, demasiado rápido.


—Nunca fuiste una buena mentirosa, Paula.


—¿Perdón? —La actitud agresiva serpenteaba a través de su voz.


—Mira, yo solo jugaba contigo hace unos minutos. No me
atrevería a hacerte algo. No sin tu consentimiento.


Ella se encorvó de hombros, miró hacia abajo y se abrazó a sí misma.


—¿Paula?


—¿Sí?


—No bromeaba acerca de quererte. Realmente me preocupo por ti. Siempre me he preocupado por ti. Nunca jamás lo interpretes de otro modo.


—Eso es divertido. Nunca me invitaste a salir.


—¿Es eso lo que está confundiéndote?


Ella no dijo nada. Se mordió sensualmente el labio inferior. Dios, eso me llevo a la maldita locura.


—No hagas eso —espeté.


—¿Hacer qué?


—Lo que sea que estés haciendo con tus labios. No está
ayudando.


—Bueno. No me mires.


Abrí mi boca para decir algo pero la cerré de golpe. La última cosa que quería hacer era entrar en una caliente discusión en esta fría tormenta. No con Paula.


—Voy a establecer algunas reglas de seguridad para nosotros.


—¿Reglas de seguridad?


—Sí. Tenemos que salir de esto en una sola pieza y debemos ser muy inteligentes. Solo Dios sabe cuánto tiempo estaremos atrapados aquí. Hay una posibilidad de que nunca seamos encontrados hasta que pase la tormenta.


Bolitas de hielo se estrellaban en el parabrisas casi rompiéndolo, las fuertes ráfagas de viento doblaban los demás arboles cerca de nosotros. Había pensado en tratar de mover el vehículo un poco más arriba, pero estaríamos en una mala posición. O peor, podríamos terminar en alguna zanja empujados fuera de la carretera por este tipo
de tornado y viento pesado.


¡Por Dios! Esto era una locura. Nunca antes había visto una
tormenta de nieve tan violenta. Era como si el ambiente estuviera reaccionando de alguna manera a algo inexplicablemente extraño. El resultado se vio sombrío, en el minuto en el que el cielo se oscureció.


¿Qué diablos pasaba con el medio ambiente?


—Está bien, regla número uno. Arreglos para dormir.


Ella giró su cabeza tan rápido hacia mí que era casi cómico.


—¿A… Arreglos para dormir? —Inclinó la frente y me lanzó una mirada incrédula.

3 comentarios: