sábado, 22 de noviembre de 2014

CAPITULO 12



Pedro y yo estábamos solteros… bueno, al menos esperaba que él todavía estuviera soltero, y éramos dos adultos maduros que se hallaban solos, sin ataduras y que podían tomar sus propias decisiones.


Así que, ¿por qué me sentía en el interior como una colegiala asustada?


Si supiera el por qué.


—Vamos a tener que movernos continuamente —continuó Pedro—. Puedo abrir el techo solar después para limpiar la parte superior del coche y rápidamente poner la tienda de azotea arriba.


—¿La tienda de la azotea?


—Sí. No me digas que nunca has visto una antes.


—Umm. Sí, por supuesto que lo hice. —Me encojo de hombros.


—Sí, claro. Es una terrible mentirosa, señorita Paula.


—De todos modos, voy a mover los asientos alrededor, aplanarlos un poco para darnos más espacio para movernos, esto fácilmente podría ser un asiento para ocho.


—Increíble —interrumpí, mis ojos observando el amplio interior de la lujosa camioneta. Era casi como estar en un avión de lujo o algo privado pero en miniatura. No es como que alguna vez haya estado en uno de esos aviones privados ni nada. Solo había visto un poco en Google, eso era todo. Pero apuesto a que Pedro, con su exitoso negocio probablemente le haya parecido alguno de esos juguetes caros.


Había artefactos por todas partes en el vehículo. Oscuras
pantallas planas que bien podían ser monitores de televisión u ordenadores, ¿quién sabe? Los asientos de cuero suaves también tenían curiosamente ese familiar olor de cuero nuevo en él. Fresco e inmaculado. No me esperaba que un hombre que fuera a tener un simple paseo tuviera tan bien cuidado su coche por dentro. Al menos, no los otros chicos que conocía.


Pedro y yo realmente no habíamos contactado después de la secundaria. Era increíblemente rápido como los años pasan cuando no mantienes contacto con ellos. A pesar de que Joaquin salía con los otros chicos para tomar alguna cerveza en un bar de deportes de vez en cuando, rara vez hablaba de Pedro en esos días. No tenía ni idea de cómo se había convertido en todo un éxito. Una parte de mí se sentía orgullosa de él.


—Fue bueno que adquirieras esta enorme camioneta.


—Sí, me transporta alrededor. Pero no siempre lo uso.


—¿No?


—Conduzco un coche más pequeño para trabajar, Paula. Esta camioneta fue comprada principalmente para cosas de la familia y llevar a mi equipo para la práctica del fútbol.


—¿La práctica de fútbol?


—Sí. Entreno a esta pequeña liga. Un grupo de niños que han tenido un mal momento.


Mi corazón se apretó.


—Oh, Pedro, eso tan amable de tu parte. ¿Estás ayudando a niños desfavorecidos? —aclaré.


—Realmente no me gusta llamarlos así. Quiero decir, no es culpa de ellos que nacieran en esas circunstancias. No quiero que lleven esa etiqueta con ellos a través de sus vidas como si siempre estuvieran en desventaja.


—Es cierto. Tan cierto —concordé. No había visto este lado
profundo de Pedro antes. ¿Había madurado mucho desde que se graduó de la escuela secundaria y en la universidad? 


Justo cuando pensaba que conocía al verdadero Pedro. Es curioso cómo Joaquin nunca me contó ninguna de estas cosas antes. Entonces me di cuenta de las camisetas atrás mío y todo tuvo sentido. Eran camisetas de fútbol. 


Pedro sería un buen padre algún día… Tragué saliva. Un bulto duro se atrapaba en mi garganta. Me invadieron emociones. Era una locura. No podía entender por qué me sentía de esa manera en ese momento. ¿Fue porque en el
fondo, muy en el fondo de mi conciencia… en mi alma, en secreto esperaba esperanzada de que Pedro y yo podíamos movernos más allá de las diferencias de nuestro pasado y… estar juntos?


Bueno, estaba realmente fuera de mí aquí. Tuve que poner mis nervios y fantasías fugitivas bajo control. Era dudoso que Pedro y yo pudiéramos estar juntos. Me parecía tan... inalcanzable en estos momentos. Y no podía soportar el dolor de amar a alguien de nuevo sólo para perderlo de nuevo para siempre. Me lo prometí. Tenía que aferrarme a eso. Tan locamente como sonaba en mi mente, era esencial para mi supervivencia emocional.


—Es conveniente para ti que tengas todo este espacio para las cosas —dije, mirando alrededor otra vez.


—Sí. Tengo que subir. Oh, y otra cosa, ¿puedes estar de pie en la furgoneta con la tienda de campaña que protege la caída de la nieve, una vez que la ponga arriba? Es importante mantener la circulación.


—Guau. Uno podría pensar que nos quedaremos varados por siempre en esta tormenta de nieve, Pedro —dije, en broma.


—Tengo algunos productos no perecibles en la parte de atrás — continuó, con una sonrisa—. Y unas cuantas botellas de agua, pero eso es todo. Suelo abastecer todo el tiempo pero no he estado alrededor para poner cualquier provisión.


—¿Quieres decir que tu criada no llegó a hacer ninguna compra? —corregí con humor.


Me dio una mirada burlona, como si estuviera buscando mi cara.


Luego rodó los ojos y negó.


—Sí. Lo que sea. Y para que conste, el personal de la casa de mi padre no es mi personal. Vivo solo, ¿recuerdas?


—Sí, pero aun así, tienes una habitación en la casa de tu padre… um… mansión, ¿verdad? —Sonreí.


—Me parece que estás tratando de decir que el hecho de que mi padre lo haya hecho a lo grande significa que lo he echado a perder.


—Oye, no lo he dicho así.


—Bueno, no siempre fue así —dijo con una profunda voz baja—.Mis verdaderos padres no tenían nada. Fue entonces cuando me enviaron a una casa de acogida. El servicio de menores nos llevó a mis hermanos y a mí lejos cuando nos encontraron viviendo fuera de nuestro coche.


—Mierda, Pedro. Lo siento mucho. Yo… no tenía idea. —Mi
corazón estalló en un millón de piezas de cristal. Sentí su dolor. ¿Cómo era que había conocido a Pedro desde la secundaria y ni siquiera sabía que era adoptado? La familia Alfonso parecía tan junta. Incluso se parecían. Tenía siete u ocho hermanos magníficos. Porque seguramente todos ellos vivieron juntos en ese coche, ¿Cómo pudieron?


—No lo estés —respondió Pedro con una suave voz. Miró fuera por la ventanilla del lado del conductor a las ráfagas de nieve que caían, podía ver el dolor brillar en sus hermosos ojos oscuros.


Luego se giró hacia mí, como si hubiera recuperado el control de sus emociones y añadió—: Todo por lo que he pasado ha pasado por mí. Recuérdalo.


Asentí, pensativa. Por supuesto que entendí eso. ¿Quién hubiera sabido que mi pequeña broma tonta habría abierto una herida profunda?


—Si no fuera por el dolor y la mierda que había pasado, nunca habría tenido el incentivo para hacer todas las cosas que hago ahora.Incluyendo asegurarme de nunca estar atrapado en un aprieto o indefenso… nunca. —Su voz se fue apagando peligrosamente haciéndose baja.


—Lo he oído —murmuré. Tenía que hacer algo para cambiar la conversación. Teníamos que volver al camino antes de que fuéramos a alguna parte que ninguno de nosotros quería ir.


—Bueno, es mi turno —dije, mordiéndome el labio. Casi sin
aliento—. Vamos a volvernos locos si no nos controlamos… Es decir si no mantenemos nuestras mentes ocupadas.


Sus atractivos ojos oscuros bajaron por mi silueta por un
momento antes de que se contuviera y desviara su vista de nuevo a mi cara. No podía mentir. Por lo menos mi cuerpo no podía mentir.


Disfrutaba de la atención. La cercanía. Todo lo que estábamos viviendo.


El montículo entre mis piernas comenzó a palpitar y sentí un cosquilleo.


¡Oh, Dios! ¿Por qué era Pedro el que me encendía de esta manera?


—Estoy escuchando —dijo en una voz profunda, baja y Oh Mi Dios sexy. Demasiado sexy.


—Vamos a jugar a las veinte preguntas o verdad o reto o algo así.


—Me parece muy bien. Pero me gustaría añadir una regla.


—¿Añadir qué?


—Nada está fuera de límites —dijo con una voz grave que bajó enviando escalofríos por mi columna vertebral y una nueva ronda de mariposas estallaron en mi estómago.


—¿No hay nada fuera de los límites? —repetí incrédula.


¡Oh, Dios! ¿Realmente quiero esto? ¿Vamos a profundizar… demasiado profundo en nuestros pensamientos, el pasado? ¿Significaba eso que se hallaba a punto de decir la verdad sobre lo que le sucedió a Joaquin? ¿Y por qué no quería que Joaquin saliera conmigo? Y Dios sabía cuántas otras cosas tenía embotelladas para “protegerme” como dijo en una ocasión.


—Nada —repitió en un tono peligrosamente bajo. Vale, sobrevivir a la tormenta de hielo era una cosa, pero, ¿podríamos sobrevivir entre nosotros y nuestras emociones?


—Es un trato. —Tragué saliva a la vez que mi corazón latía con fuerza feroz en mi pecho. No tenía ni idea en lo que realmente me metía.

CAPITULO 11





PAULA




—Relájate, Paula. No es lo que piensas. —La profunda y sedosa voz de Pedro parecía alterada con diversión.


—¿No es lo que pienso?


—No. La verdad es que tenemos que conservar energía. Tenemos que tomar turnos para vigilar mientras el otro duerme y así sucesivamente. De esa manera no nos fatigaremos por estar sentados aquí estando alerta.


El pensamiento de estar despierta mientras Pedro dormía me asustaba. ¿Y qué si algo le pasaba al jeep o si algún loco se acercaba y golpeaba la ventana? Había leído en algún lugar que una de cada cuatro muertes en la temporada de invierno era de personas, sobre todo
conductores quienes eran atrapados por una tormenta.


Está bien, relájate Paula. Deja de ser tan melodramática.


La última cosa que quería era que Pedro pensara que era una cobarde. Aun así agradecía totalmente tener la camioneta de Pedro como refugio a la horrible tormenta de nieve y las ráfagas de viento. Con este clima congelarnos podría pasar fácilmente por estar expuesto al crudo frío unos minutos.


Miré boquiabierta y con horror la ventana del lado del pasajero.


La tormenta cada vez se hallaba peor. Parecía como si las altas velocidades del viento soplaran la nieve por cualquier dirección incluyendo nieve del suelo y no solamente la nieve que caía.


Llámenme loca pero cada vez la nieve caía con más fuerza y más rápido pensaba que podríamos quedar enterrados vivos en la camioneta. La visibilidad hacia afuera era incluso peor. 


¿Cómo diablos alguien nos encontraría? Tenía que controlarme y reponerme. Me deshice de la idea de una muerte inminente. Todo pasa por una razón como mi abuela decía y le creía. Tenía que hacerlo. No había manera de
que Pedro hubiera terminado encontrándome y salvado mi vida para que acabáramos falleciendo en esta loca tormenta. 


Me negaba a creerlo.


—Bien —respondí—. ¿Regla número dos?


Traté de desviar mis pensamientos a algo más positivo. Y justo en ese momento calor corrió por mi cuerpo y electricidad por mis venas. Mi mente volvió a lo que Pedro me dijo minutos antes. Había sido explicito conmigo cuando le pregunté qué pensaba. 


¿Realmente quería decir eso?


Mientras una parte de mí se emocionaba otra se aterrorizaba. La parte de mí emocionada tenía más peso en mi corazón.


No podía envolver mi cabeza con eso. ¿Pedro me quería? ¿Pedro malditamente caliente y popular Alfonso me quería? 


Los pliegues entre mis piernas se hincharon por el pensamiento. Pensamientos traviesos entraron a mí mente los cuales luché por ignorar.


No podía.


Quizás era la situación la que hablaba y no él.


¿Dos jóvenes varados en una camioneta caliente durante una tormenta? Por favor.


Pero entonces de nuevo tenía que saber lo que Pedro había estado escondiéndome todo este tiempo junto con Joaquin.


Aún no había contestado mis preguntas. En realidad quería
saber. Incluso si pensaba que podría lastimarme. Tenía que saber. Me mataba por dentro. Había demasiado que tenía que saber. Me desgarraba por dentro no ser capaz de tener… un cierre.


—Regla número dos —continuó Pedro, interrumpiendo mis
pensamientos—. Estamos de acuerdo en beber agua de los botes de la parte trasera pero debe usarse todo, tomaremos turnos para ir a juntar nieve en los botes y calentarla para poder beberla después. Si es necesario.


—Guau —dije, moviéndome en el asiento. El pensamiento pasó por mi cabeza. En serio teníamos que hacer algunas cosas básicas de supervivencia—. Siento que estamos en un campamento o algo así.


—Como si alguna vez hubieras ido a acampar. —Se burló de mí, su expresión facial ilegible pero una pequeña sonrisa de diversión parecía tocar la esquina de sus labios.


—Demonios. Claro que lo he hecho.


—¿Qué? Acaso estás contando ese pequeño campamento de liderazgo al que fuiste donde el único inconveniente fue quedarte en un lindo hotel cerca de algún lago.


Gruñí. —Para tu información, no se encontraba cerca del lago. Estaba… mmm… a bastante distancia del lago. —Está bien, eso se escuchó tonto. No me ayudaba mucho, ¿o sí?


Sonrió y un pequeño hoyuelo hizo una hermosa marca en su piel suave. Dios, se veía tan infantil pero aun así guapo. 


Lo bueno era que al menos lo divertía aunque no intencionalmente.


—Chica, tienes un montón que aprender acerca de sobrevivir al aire libre. Pero no te preocupes, alguien te va a enseñar.


—Bueno, me avisas cuando llegue.


—Auch. —Fingió estar ofendido.


—Te lo mereces. Quizás no tenga la misma experiencia que tú has tenido pero bueno… puedo sobrevivir por mí misma.


—Claro, como presionar los frenos al conducir por una capa de hielo. —Levantó una ceja. Su suave expresión desapareció y rostro se colocó más serio.


—¿Qué se supone que significa eso?


—Hiciste la peor cosa que un conductor podría hacer con estas condiciones heladas.


—¿Pisar el freno?


—Así es. Si llegas a estar en una carretera congelada en el futuro, ni se te ocurra presionar los frenos. Incluso si tus instintos te dicen que lo hagas.


—¿Por qué? ¿Qué se supone que hubiera hecho?


—Se supone que deberías quitar tu pie del acelerador y
cuidadosamente guiar tu coche al girar el volante a la dirección opuesta de donde estás derrapando.


Suspiré profundamente. Está bien, en mi defensa, no era la mejor conductora.


—Ahora sé que probablemente no te dijeron esto en esa
encantadora escuela a la que fuiste pero…


—No es divertido, ¡Pedro! Además, ¿nosotros no vamos a la misma encantadora escuela?


Bien, eso lo atrajo. Sus labios se presionaron en una delgada línea otra vez, movió su cabeza y rodó sus ojos.


—Por cierto, ¿cómo está tu dolor de cabeza?


—Oh, ¿qué se supone que significa eso?


—Podrías relajarte de una vez, Paula. Te encontraban aturdida cuando te vi llenando a propósito tu coche con monóxido de carbono.


Gruñí.


—Ya estoy bien. Sólo un poco cansada.


—Claro, eso es de esperarse. Pero ahora deberías de estar bien.


—Oh, ¿ahora eres doctor?


—Tengo la suficiente experiencia para saber que cuando respiras monóxido como lo hiciste, los dolores de cabeza y las náuseas deberían desaparecer una vez que te alejas del gas. Esa es la razón por la que abrí las ventanas y eventualmente te saqué del vehículo.


—Gracias —murmuré—. En serio, estoy agradecida por salvarme la vida, Pedro.


—Si bueno, lo puedo notar por tu expresión y está amigable
conversación que estamos teniendo. —Sonrió.


Giré mis ojos juguetonamente. No era fácil estar enojada con el adorable Pedro, ¿o sí?


—De todos modos, trata de no bloquear tu tubo de escape y de encender el gas mientras estés en el coche la próxima vez, ¿eh?


Estreché mis ojos y formé una línea con mis labios mientras
miraba a Pedro. Comenzaba a meterse debajo de mi piel. 


Ahora sabía porque discutíamos tanto en la preparatoria. 


Siempre tenía que tener la última palabra. Siempre me provocaba. Pero entonces me dije, ¿no era esa una de las maneras en las que los chicos expresaban lo mucho que les gustabas? ¿Cuándo ellos te irritaban juguetonamente, tirando tu cabello para después disculparse? ¿Quién realmente sabía? Si le hubiera gustado a Pedro todo este tiempo entonces tiene una rara pero linda manera de demostrar sus sentimientos.


—Está bien, ¿regla número tres? —continué, tratando de volver a dirigir nuestra conversación de vuelta al tema principal.


—Necesitamos quitar la nieve del parabrisas y de la camioneta para no quedar enterrados. Al menos una vez cada hora, por cierto la nieve está cayendo fuerte. —Encendió el motor y prendió el limpiaparabrisas. Las plumas del limpiaparabrisas iban de un lado a otro quitando la pesada nieve de nuestra vista, haciendo un sonido aplastante—. Ese será mi deber.


—Pero quiero ayudar.


—Demonios. Escucha, Paula, lo último que necesito es a ti
congelándote o volviéndote a desmayar.


—¿Perdón?


—¿Cuándo fue la última vez que levantaste pesas?


—Eso es tan machista, Pedro.


—Gracias por notarlo.


Hago un puchero con mis labios. No era como si realmente
pudiera limpiar esta camioneta tan rápido como Pedro lo hacía. Y tenía que tener en cuenta que con las temperaturas descendiendo tan rápido como lo hacían, debía de asegurarme que no estuviera afuera por mucho tiempo.


Pero, ¿qué pasaba con Pedro? ¿Cómo podría resistir el hielo y el frio? ¿Acaso era un súper humano o algo así? Miré a escondidas su duro cuerpo, sus músculos sorprendentemente definidos en su sudadera térmica. Dios, se veía caliente. Y en forma. Podría probablemente presionarme sin ningún esfuerzo de su parte.


Mi mente se desvió por la línea traviesa y me pregunté cómo se sentirían sus fuertes brazos sobre mi cuerpo, abrazándome mientras me hacía apasionadamente el amor. 


Su perfecta musculatura sobre mi cuerpo. La esencia de su suave colonia me volvía loca. No podía soportarlo más. 


Necesitaba aire para respirar.


Tan sólo pensar que estaría varada en este pequeño espacio con un chico caliente como Pedro. Los dos solos. En medio de una tormenta de nieve mientras nuestro refugio era envuelto por la misma.


—¿Estás suficientemente caliente? —me preguntó Pedro,
interrumpiendo mi fantasía privada. La verdad era que me sentía caliente en este momento pero probablemente no por la temperatura del coche. Más bien por la temperatura de mis intensas hormonas.


—Um, sí. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? —susurré. Esto era tan
insoportable, ¿cómo iba a poder estar tan cerca de él por Dios sabe cuánto tiempo?


—Sí, estoy bien —murmuró en voz baja.


Se acarició su sexy barba de chico malo por un momento como si pensara en algo que decir. Apagó de nuevo el limpiaparabrisas y el motor para guardar la poca gasolina que teníamos. Ambos sabíamos en el fondo que si nos quedábamos completamente sin gasolina estaríamos
muertos en minutos. No había nada más serio que verse congelado en el helado metal. Un tumba en forma de iglú. 


Teníamos que ser inteligentes acerca de todo esto. Excesivamente prudentes para poder mantenernos con vida.


—Bien, ahora tenemos que mantener nuestra circulación, así que se algunos ejercicios y estiramientos que podemos realizar juntos ya que estamos aquí, ¿de acuerdo?


Asentí, asombrada. Realmente tenía todo bajo control. Pero lo último que cualquiera de nosotros necesitábamos era el coágulo en alguna de nuestras extremidades por vernos obstaculizados en un vehículo por horas impías mientras esperábamos nuestro rescate. O porque cada vez que la tormenta iba a cejarnos para que pudiéramos irnos sin mover el vehículo peligrosamente en un negro hielo con muy poco gas.


—Está bien —susurré.


Casi no hablaba. Una parte de mí sentía curiosidad por cual tipo de estiramientos y ejercicios estaríamos haciendo... juntos. Oh, Dios.


Hacía demasiado calor dentro de mi cuerpo de nuevo. Tuve que recuperarme de mis pensamientos y poner mi cuerpo bajo control.


Me encontraba molesta. Sorprendida de la forma en que la
cercanía de Pedro conducía mis hormonas fuera de control. 


No podía entenderlo. Era como si nos hubiéramos acabado de conocer en noveno grado de nuevo. Todo de nuevo. Sólo que esta vez, no soy una tímida e insegura virgen que sufrió un ataque en manos de mis antiguos cuidadores antes de que mis abuelos misericordiosamente me sacaran de allí.