sábado, 22 de noviembre de 2014
CAPITULO 11
PAULA
—Relájate, Paula. No es lo que piensas. —La profunda y sedosa voz de Pedro parecía alterada con diversión.
—¿No es lo que pienso?
—No. La verdad es que tenemos que conservar energía. Tenemos que tomar turnos para vigilar mientras el otro duerme y así sucesivamente. De esa manera no nos fatigaremos por estar sentados aquí estando alerta.
El pensamiento de estar despierta mientras Pedro dormía me asustaba. ¿Y qué si algo le pasaba al jeep o si algún loco se acercaba y golpeaba la ventana? Había leído en algún lugar que una de cada cuatro muertes en la temporada de invierno era de personas, sobre todo
conductores quienes eran atrapados por una tormenta.
Está bien, relájate Paula. Deja de ser tan melodramática.
La última cosa que quería era que Pedro pensara que era una cobarde. Aun así agradecía totalmente tener la camioneta de Pedro como refugio a la horrible tormenta de nieve y las ráfagas de viento. Con este clima congelarnos podría pasar fácilmente por estar expuesto al crudo frío unos minutos.
Miré boquiabierta y con horror la ventana del lado del pasajero.
La tormenta cada vez se hallaba peor. Parecía como si las altas velocidades del viento soplaran la nieve por cualquier dirección incluyendo nieve del suelo y no solamente la nieve que caía.
Llámenme loca pero cada vez la nieve caía con más fuerza y más rápido pensaba que podríamos quedar enterrados vivos en la camioneta. La visibilidad hacia afuera era incluso peor.
¿Cómo diablos alguien nos encontraría? Tenía que controlarme y reponerme. Me deshice de la idea de una muerte inminente. Todo pasa por una razón como mi abuela decía y le creía. Tenía que hacerlo. No había manera de
que Pedro hubiera terminado encontrándome y salvado mi vida para que acabáramos falleciendo en esta loca tormenta.
Me negaba a creerlo.
—Bien —respondí—. ¿Regla número dos?
Traté de desviar mis pensamientos a algo más positivo. Y justo en ese momento calor corrió por mi cuerpo y electricidad por mis venas. Mi mente volvió a lo que Pedro me dijo minutos antes. Había sido explicito conmigo cuando le pregunté qué pensaba.
¿Realmente quería decir eso?
Mientras una parte de mí se emocionaba otra se aterrorizaba. La parte de mí emocionada tenía más peso en mi corazón.
No podía envolver mi cabeza con eso. ¿Pedro me quería? ¿Pedro malditamente caliente y popular Alfonso me quería?
Los pliegues entre mis piernas se hincharon por el pensamiento. Pensamientos traviesos entraron a mí mente los cuales luché por ignorar.
No podía.
Quizás era la situación la que hablaba y no él.
¿Dos jóvenes varados en una camioneta caliente durante una tormenta? Por favor.
Pero entonces de nuevo tenía que saber lo que Pedro había estado escondiéndome todo este tiempo junto con Joaquin.
Aún no había contestado mis preguntas. En realidad quería
saber. Incluso si pensaba que podría lastimarme. Tenía que saber. Me mataba por dentro. Había demasiado que tenía que saber. Me desgarraba por dentro no ser capaz de tener… un cierre.
—Regla número dos —continuó Pedro, interrumpiendo mis
pensamientos—. Estamos de acuerdo en beber agua de los botes de la parte trasera pero debe usarse todo, tomaremos turnos para ir a juntar nieve en los botes y calentarla para poder beberla después. Si es necesario.
—Guau —dije, moviéndome en el asiento. El pensamiento pasó por mi cabeza. En serio teníamos que hacer algunas cosas básicas de supervivencia—. Siento que estamos en un campamento o algo así.
—Como si alguna vez hubieras ido a acampar. —Se burló de mí, su expresión facial ilegible pero una pequeña sonrisa de diversión parecía tocar la esquina de sus labios.
—Demonios. Claro que lo he hecho.
—¿Qué? Acaso estás contando ese pequeño campamento de liderazgo al que fuiste donde el único inconveniente fue quedarte en un lindo hotel cerca de algún lago.
Gruñí. —Para tu información, no se encontraba cerca del lago. Estaba… mmm… a bastante distancia del lago. —Está bien, eso se escuchó tonto. No me ayudaba mucho, ¿o sí?
Sonrió y un pequeño hoyuelo hizo una hermosa marca en su piel suave. Dios, se veía tan infantil pero aun así guapo.
Lo bueno era que al menos lo divertía aunque no intencionalmente.
—Chica, tienes un montón que aprender acerca de sobrevivir al aire libre. Pero no te preocupes, alguien te va a enseñar.
—Bueno, me avisas cuando llegue.
—Auch. —Fingió estar ofendido.
—Te lo mereces. Quizás no tenga la misma experiencia que tú has tenido pero bueno… puedo sobrevivir por mí misma.
—Claro, como presionar los frenos al conducir por una capa de hielo. —Levantó una ceja. Su suave expresión desapareció y rostro se colocó más serio.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Hiciste la peor cosa que un conductor podría hacer con estas condiciones heladas.
—¿Pisar el freno?
—Así es. Si llegas a estar en una carretera congelada en el futuro, ni se te ocurra presionar los frenos. Incluso si tus instintos te dicen que lo hagas.
—¿Por qué? ¿Qué se supone que hubiera hecho?
—Se supone que deberías quitar tu pie del acelerador y
cuidadosamente guiar tu coche al girar el volante a la dirección opuesta de donde estás derrapando.
Suspiré profundamente. Está bien, en mi defensa, no era la mejor conductora.
—Ahora sé que probablemente no te dijeron esto en esa
encantadora escuela a la que fuiste pero…
—No es divertido, ¡Pedro! Además, ¿nosotros no vamos a la misma encantadora escuela?
Bien, eso lo atrajo. Sus labios se presionaron en una delgada línea otra vez, movió su cabeza y rodó sus ojos.
—Por cierto, ¿cómo está tu dolor de cabeza?
—Oh, ¿qué se supone que significa eso?
—Podrías relajarte de una vez, Paula. Te encontraban aturdida cuando te vi llenando a propósito tu coche con monóxido de carbono.
Gruñí.
—Ya estoy bien. Sólo un poco cansada.
—Claro, eso es de esperarse. Pero ahora deberías de estar bien.
—Oh, ¿ahora eres doctor?
—Tengo la suficiente experiencia para saber que cuando respiras monóxido como lo hiciste, los dolores de cabeza y las náuseas deberían desaparecer una vez que te alejas del gas. Esa es la razón por la que abrí las ventanas y eventualmente te saqué del vehículo.
—Gracias —murmuré—. En serio, estoy agradecida por salvarme la vida, Pedro.
—Si bueno, lo puedo notar por tu expresión y está amigable
conversación que estamos teniendo. —Sonrió.
Giré mis ojos juguetonamente. No era fácil estar enojada con el adorable Pedro, ¿o sí?
—De todos modos, trata de no bloquear tu tubo de escape y de encender el gas mientras estés en el coche la próxima vez, ¿eh?
Estreché mis ojos y formé una línea con mis labios mientras
miraba a Pedro. Comenzaba a meterse debajo de mi piel.
Ahora sabía porque discutíamos tanto en la preparatoria.
Siempre tenía que tener la última palabra. Siempre me provocaba. Pero entonces me dije, ¿no era esa una de las maneras en las que los chicos expresaban lo mucho que les gustabas? ¿Cuándo ellos te irritaban juguetonamente, tirando tu cabello para después disculparse? ¿Quién realmente sabía? Si le hubiera gustado a Pedro todo este tiempo entonces tiene una rara pero linda manera de demostrar sus sentimientos.
—Está bien, ¿regla número tres? —continué, tratando de volver a dirigir nuestra conversación de vuelta al tema principal.
—Necesitamos quitar la nieve del parabrisas y de la camioneta para no quedar enterrados. Al menos una vez cada hora, por cierto la nieve está cayendo fuerte. —Encendió el motor y prendió el limpiaparabrisas. Las plumas del limpiaparabrisas iban de un lado a otro quitando la pesada nieve de nuestra vista, haciendo un sonido aplastante—. Ese será mi deber.
—Pero quiero ayudar.
—Demonios. Escucha, Paula, lo último que necesito es a ti
congelándote o volviéndote a desmayar.
—¿Perdón?
—¿Cuándo fue la última vez que levantaste pesas?
—Eso es tan machista, Pedro.
—Gracias por notarlo.
Hago un puchero con mis labios. No era como si realmente
pudiera limpiar esta camioneta tan rápido como Pedro lo hacía. Y tenía que tener en cuenta que con las temperaturas descendiendo tan rápido como lo hacían, debía de asegurarme que no estuviera afuera por mucho tiempo.
Pero, ¿qué pasaba con Pedro? ¿Cómo podría resistir el hielo y el frio? ¿Acaso era un súper humano o algo así? Miré a escondidas su duro cuerpo, sus músculos sorprendentemente definidos en su sudadera térmica. Dios, se veía caliente. Y en forma. Podría probablemente presionarme sin ningún esfuerzo de su parte.
Mi mente se desvió por la línea traviesa y me pregunté cómo se sentirían sus fuertes brazos sobre mi cuerpo, abrazándome mientras me hacía apasionadamente el amor.
Su perfecta musculatura sobre mi cuerpo. La esencia de su suave colonia me volvía loca. No podía soportarlo más.
Necesitaba aire para respirar.
Tan sólo pensar que estaría varada en este pequeño espacio con un chico caliente como Pedro. Los dos solos. En medio de una tormenta de nieve mientras nuestro refugio era envuelto por la misma.
—¿Estás suficientemente caliente? —me preguntó Pedro,
interrumpiendo mi fantasía privada. La verdad era que me sentía caliente en este momento pero probablemente no por la temperatura del coche. Más bien por la temperatura de mis intensas hormonas.
—Um, sí. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? —susurré. Esto era tan
insoportable, ¿cómo iba a poder estar tan cerca de él por Dios sabe cuánto tiempo?
—Sí, estoy bien —murmuró en voz baja.
Se acarició su sexy barba de chico malo por un momento como si pensara en algo que decir. Apagó de nuevo el limpiaparabrisas y el motor para guardar la poca gasolina que teníamos. Ambos sabíamos en el fondo que si nos quedábamos completamente sin gasolina estaríamos
muertos en minutos. No había nada más serio que verse congelado en el helado metal. Un tumba en forma de iglú.
Teníamos que ser inteligentes acerca de todo esto. Excesivamente prudentes para poder mantenernos con vida.
—Bien, ahora tenemos que mantener nuestra circulación, así que se algunos ejercicios y estiramientos que podemos realizar juntos ya que estamos aquí, ¿de acuerdo?
Asentí, asombrada. Realmente tenía todo bajo control. Pero lo último que cualquiera de nosotros necesitábamos era el coágulo en alguna de nuestras extremidades por vernos obstaculizados en un vehículo por horas impías mientras esperábamos nuestro rescate. O porque cada vez que la tormenta iba a cejarnos para que pudiéramos irnos sin mover el vehículo peligrosamente en un negro hielo con muy poco gas.
—Está bien —susurré.
Casi no hablaba. Una parte de mí sentía curiosidad por cual tipo de estiramientos y ejercicios estaríamos haciendo... juntos. Oh, Dios.
Hacía demasiado calor dentro de mi cuerpo de nuevo. Tuve que recuperarme de mis pensamientos y poner mi cuerpo bajo control.
Me encontraba molesta. Sorprendida de la forma en que la
cercanía de Pedro conducía mis hormonas fuera de control.
No podía entenderlo. Era como si nos hubiéramos acabado de conocer en noveno grado de nuevo. Todo de nuevo. Sólo que esta vez, no soy una tímida e insegura virgen que sufrió un ataque en manos de mis antiguos cuidadores antes de que mis abuelos misericordiosamente me sacaran de allí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario