viernes, 21 de noviembre de 2014

CAPITULO 9




Pedro tenía una mirada seria plantada en su diabólicamente
hermoso rostro, su mandíbula parecía apretada. Su oscura y peligrosa mirada penetró en la blancura horrible como si pensara en qué hacer a continuación. Su celular se encontraba en el tablero de instrumentos.


Podía leer la pantalla y el estómago se me hundido hasta las rodillas.


Sin servicio.


—¿Cuánto tiempo podemos durar con... el tanque de gasolina? — le susurré en voz baja, mi voz temblorosa. Mi tolerancia a las condiciones de frío era, por desgracia, muy baja.


Suspiró profundamente, sus ojos se clavaron en el medidor de gas en el salpicadero. El nivel señaló cerca de la marca vacía. —Bueno, la buena noticia es que este motor puede funcionar ralentí2 durante un par de horas con un galón de gasolina.


—Oh. ¿Y la mala noticia? —Probé nerviosamente, mordiéndome el labio inferior. Me di cuenta de que los ojos de Pedro miraban mi boca.


Por un breve momento se hizo un silencio palpable entre nosotros. ¿O una atracción magnética?


Movió los ojos hacia mi cara y miró por la ventana, una expresión indescifrable cruzó su rostro.


—Tenemos menos de un galón.


—Oh, no. ¿Qué vamos a hacer? Hay que apagar el motor —atajé.


—¿Y permitir que te congeles hasta la muerte? —Él arqueó una ceja.


Me di cuenta de que él dijo "tú" no nosotros.


—No, Pedro. Pero si usamos todo el calor...


—Relájate, Paula. Sé lo que estoy haciendo —dijo, mirando por la ventana del lado del conductor—. Podemos mantener el motor durante diez minutos cada hora...


—¿Cada hora? —La alarma rosó mi voz.


—Paula, tú sabes que no estamos exactamente en la mejor
posición en este momento.


—Lo sé, pero...


—No tenemos otra opción. No te preocupes. Es seguro ejecutar el calor durante diez minutos y permitir que el calor circule en el coche.


—Está bien —murmuré—. Confío en ti, Pedro.


—Gracias —dijo, con una frialdad en su voz cuando se volvió hacia mí. Su tranquilidad suavizó mi estado de ánimo un poco. Él parecía muy sincero y aliviado de tener mi confianza.


Otro pensamiento me golpeó. Cuando le dije a Pedro que yo
confiaba en él, me pregunto si pensaba en que me refería en general. Mi estómago dio un vuelco al recordar una conversación que tuvimos hace seis meses, cuando Joaquin murió. Le pregunté qué hacían fuera en esa cabaña, la noche en que Joaquin murió y me dijo que no me iba a decir
pero debía confiar en él. Yo, por supuesto, echaba humo y angustiada ante la pérdida de Joaquin. Le dije que no confiaba en él. Me arremetió contra él. Me comprometió a nunca hablar con él de nuevo.


Le eché un vistazo a Pedro mientras jugueteaba con su teléfono celular, tratando de ver si una señal subiría. Me pregunté si él pensaba lo mismo que yo. ¿Sostenía mis palabras de esa noche? ¿Seguía enfadado conmigo por tratarlo como lo hice?


La tensión de estar varados allí solo hizo que mi vejiga se
contraiga. ¡Oh, genial! La última cosa era que necesitaba era tener un par de bragas, un chico caliente a mi lado, sin baño a la vista y una vejiga débil.


Salir a la calle, para hacer mis necesidades, no parecía ser una opción viable en este momento, ya que la ráfaga de viento hacía soplaba unos cincuenta kilómetros por hora en este momento, a juzgar por la forma en que la furgoneta temblaba como loco, era mejor no ir. Los copos de nieve arrancaron en el frío glacial. Podía asegurar que mi pis se congelaría medio de la corriente si lo intentaba.


Me dio vergüenza al pensar que yo misma me abrazaba en su jeep, preguntándome hasta dónde llegaría nuestra vulnerabilidad.


Podríamos estar aquí durante horas. No era algo inaudito encontrar conductores que habían quedado varados catorce horas en una tormenta de nieve de esta manera.


Pedro se recostó en el asiento del conductor, con los labios
apretados en una delgada línea.


¿Qué pensaba en este momento? Me pregunté si él tenía la misma preocupación en su mente. ¿Cómo podríamos sobrevivir varados en medio de esta loca tormenta por Dios sabía cuánto tiempo? ¿Por cuánto tiempo podríamos sobrevivir así?


Otra cuestión inquietante apuñalaba en mí. Dado que podríamos estar atrapados aquí solos durante horas, ¿ahora sería un buen momento para tener una conversación sobre el pasado?

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