miércoles, 19 de noviembre de 2014

CAPITULO 6




—Sabes que no te corresponde decirle a Paula lo que pasa
¿verdad? —gritó mi hermano Eduardo.


Estábamos sentados en la guarida de la casa familiar. Era el
sexto aniversario de la muerte de Joaquin, la noche en que estuvimos con él. El secreto que quema dentro de nosotros, los eventos de esa noche aún está con nosotros.


—Solo la estoy llamando para contactarla. Ver si lo está haciendo bien. ¿Es eso un crimen? —le respondí a la vez que me recosté por la chimenea con el teléfono en mi oído.


La verdad era, que tenía más en mi mente que contactarla. 


Vi el dolor en los ojos de Paula esa noche cuando tuvo que identificar sus restos junto con su hermana. La imagen siempre será acido para mi herida. Paula también me había dado la espalda en el funeral de Joaquin.


Descubrí, que seguía enojada conmigo. Vamos ¿Quién la
culparía? Pero ella realmente necesitaba saber la verdad. El problema, era que eso podría destruir a muchas personas que estuvieron envueltas esa noche. Personas con reputaciones que proteger. Todos sabíamos, que la gente, los funcionarios no se detendrían ante nada para mantener a los denunciantes en secreto. No le temía a nada, solo
que Paula no saliera herida en el proceso. Solo esperaba el momento perfecto en que las cosas se pusieran en orden. Pero hasta entonces…


—¿Tuviste suerte? —preguntó Eduardo.


—No contestó.


—Tal vez la debiste de llamar en privado. Estoy seguro de que aún piensa que los hermanos Alfonso somos más que problemas.


—Sí, claro.


—¿Piensas que nos culpa por lo que le pasó? ¿A Joaquin?


Me encogí de hombros tratando de ocultar mi decepción. ¿Por qué diablos me importaba lo que Paula pensara de mí? No era porque éramos cercanos o algo.


—¿Por qué no tratas con el número de su abuela?


—No. No creo que sea una buena idea, ¿verdad?


—Sabes que estás en lo correcto. La investigación sigue en pie.


Mejor déjala en paz, hermano. —Eduardo tomó un sorbo de su agua embotellada. Era temprano un sábado por la mañana y la nieve empezaba a caer suavemente.


Salté sobre mis pies muy enojado. No sabía lo que amargó mi estado de ánimo de repente. Solo me encontraba tan enojado ahora mismo.


Paula Chaves.


¿Por qué diablos está esa chica dominando todos mis putos
pensamientos? Es como si estuviera poseído por ella o algo. 


La he conocido desde que estuvimos en secundaria.


La conocí antes que Joaquin.


Congeniábamos en clase de Bio. Fuimos compañeros de
laboratorio en noveno grado.
Tenía un tipo de atracción por ella entonces, pero ella no lo supo.


Salía con Jacqueline al momento del último año. ¿Me pregunto que estará haciendo ahora? Jackie en serio sabía cómo mover el trasero.
Podría saber todo tipo de trucos. Los retorcidos pensaban que causaba que mi ingle se estremeciera. Sí, todo eso era físico, pero Paula tenía un efecto diferente sobre mí. Era muy extraño.


De cualquier forma, no era el chico indicado para Paula. Lo sabía en ese entonces. Tenía muchos problemas. Aún los tengo. Ella luce tan diferente a las demás chicas. Tranquila, muy educada. Mantenía su cabeza en sus libros y sus pensamientos para ella misma. Era muy dulce e inocente.


No durmió con nadie como las otras chicas que conocía en ese entonces. Por eso era que se encontraba muy enojado cuando Joaquin fue por ella. Él quería la primera elección. 


Nos metimos en eso un rato y me sentía muy refrescado. 


Luego, vino hacia mí para hacer las cosas correctamente. Le dije que abandonara a Paula. Pienso que fue ahí cuando escuchó nuestra conversación en la cafetería una tarde, y desde ese entonces, las cosas no habían ido bien.


Si ella solo hubiera sabido que trataba de escatimar su corazón roto para después.


¿Por qué diablos me preocupaba tanto por esta chica?


Ella tenía algún tipo de puro e inalterable agarre sobre mí. 


Un tormento interior empezó a roerme desde ese día. Sabía que me culpaba. Sabía que quería más detalles sobre lo que pasó esa noche. La prensa había dicho sobre una fiesta de fraternidad que había salido mal. Pero fue más que eso. Mucho más. Si solo supiera cuántos demonios se descubrirían si la verdad se sabía. Dudo que entendiera.


—¿A dónde vas? —preguntó Eduardo.


—Parece que la tormenta va a caer pronto, voy a llenar el tanque.


—Tomé mis llaves del mostrador.


—Buena idea. No queremos que la línea de gas se congele en nosotros otra vez.


—Sí. Lo bueno es que papá no te deja manejar las cosas aquí mientras él no está. —Sonreí. Bromear él uno al otro no era nada nuevo aquí.


Eduardo frunció el ceño.


—Lo que sea. —Levantó la botella de agua hacia sus labios otra vez—. ¿Quieres que vaya contigo? Ya sabes, en caso de que te pierdas, hermano.


Levanté una ceja y moví la cabeza.


—Sabes que si pierdes tu trabajo del día, pierdes la comedia.


Lanzó una almohada del mueble hacia mí, pero fui más rápido y agaché mi cabeza a tiempo.


—También, el básquetbol no es un área que deberías probar.


—No eres gracioso, Pedro.


—No estoy tratando de serlo.


Tomé mi fina sudadera con capucha termal, la puse encima de mi camiseta y abrí la puerta al garaje. Pensé que no tenía mucho que llevar, solo iba a la gasolinera bajando la colina.


Cerca de veinte minutos después, sí, eso me tomó ir hacia donde necesitaba ir, pensaba que se suponía que tenía cinco minutos de distancia. Aún no había buscado la gasolinera. Las gomas estuvieron tan arruinadas. Había hielo y nieve por todas partes. La nevada también empezaba a intensificarse. Lo bueno, era que sabía conducir en cualquier tipo de condición climática. Pero solo podía ir tan lejos con menos de un cuarto de tanque.


Cuando fui a la gasolinera se encontraba cerrada.


¡Mierda!


Miré el calibre de la gasolina en el tablero. Nada bueno. Acabo de utilizar la mayor parte del gas que queda en el tanque. Necesitaba llegar a otra estación rápido. El todoterreno consume mucho combustible.


Apagué el calentador para conservar energía hasta llegar a la estación, siempre que habría.


Tenía un importante encuentro el lunes en la mañana y no podía permitirme no tener combustible en la máquina para entonces. No había mencionado que papá esperaba que recogiera a la abuela en la parada del autobús en la noche. Eso, si Greyhound1 no se retrasaba o cancelaba debido a las condiciones del tiempo. Ella insistió en tomar el autobús. El abuelo trabajó para Greyhound por décadas antes de irse arriba. Se sentía muy cómoda viajando así entre los estados. Volar no era algo que ella haría. Tenía un severo caso de aerofobia. Todo mundo tiene miedos, nos había dicho cuando éramos jóvenes, todo era cuestión de la actuación a pesar de que nuestros miedos importan. Claro, eso realmente nunca aplicó para la abuela. La amo con locura, pero en ocasiones ella podría ser un poco contradictoria.


La única cosa que a la que le temía la estaba conociendo, había encontrado a la chica correcta pero la dejé irse.


El todoterreno pulverizaba a través de las calles sin limpiar hacia mi destino. Encendí el limpiaparabrisas para limpiar la intensa nieve que caía en el parabrisas. Debía de encontrar una maldita estación de gas pronto.


Pensaba en llamar a Eduardo pero rechacé la idea. Ese pequeño idiota podía ridiculizarme por llamarlo desde la carretera diciéndole que me traiga el otro vehículo.


De ninguna forma le iba a dar esa satisfacción.


Cuando conduje más lejos del pueblo las calles lucían desiertas, casi. Excepto por la nieve cubriendo los carros a la orilla de la carretera.


Las ráfagas de viento eran fuertes y rápidas. Una ventisca era una de las peores condiciones para conducir. Por lo general, el conductor no tenía ninguna visibilidad, pero podía manejarlo. Solo tenía que llenar este tanque como ayer.


Mis ojos captaron algo cuando pasé por un banco de nieve. Un pequeño vehículo se hallaba atascado.


¡Mierda! El conductor había patinado fuera de la carretera.


Giré mi jeep y me dirigí hacia ellos a ver si podría ayudarlos.
Estarían esperando horas antes de ver un vehículo de emergencia o la Asociación automovilística estadounidense, remolque de camión en un día como hoy. Alrededor de este cuello de los bosques, los motociclistas podrían quedarse varados hasta catorce horas antes de que la ayuda les
llegara. En ocasiones era demasiado tarde. Se podría ver eso en las noticias todo el tiempo en esta temporada.


Apagué el motor y salí del vehículo dando un portazo. Fui a la parte trasera de mi vehículo abriendo la puerta para buscar mi pala y mis cables de puente.


Era bueno que tuviera mis botas de trabajo pesado puestas.


Tenía que caminar por la nieve escurridiza que había caído y la nieve se endurecida si había caído antes. Fue un desastre de mierda.


A pesar de que tenía más de ciento ochenta y tres centímetros, esta precipitación era alta, alcanzado debajo de mis mulos. Debía de haber más de noventa y dos centímetros de nieve aquí. Podía imaginarme un niño perdiéndose en esta nieve. Esperaba que no hubiera niños en ese carro que quedó en la zanja de nieve.


Era un Escort plateado de cuatro puertas. El conductor parecía estar desplomado sobre el volante. No tenía idea de si me había escuchado, pero levantó la cabeza antes de llegar a ella y empecé a juguetear con sus engranajes revirtiendo las ruedas de su coche pero no llegué a ningún lado con eso.


—¡Oye! —grité—. ¡Para! —Su escape se encontraba cubierto de nieve, probablemente ella no lo sabía. Podría morir por envenenamiento de monóxido de carbono si no apagaba el arranque y salía del carro. Se dejó caer sobre el volante como si estuviera exhausta de lo que había tratado de hacer.


—¡Mierda! —Probablemente ya estuviera envenenada por el gas.


Tan pronto como pude me acerqué. Le di un golpe en la ventanilla y le indiqué que apagara su motor. Traería mi pala y podría ayudarla a salir de ahí.


Me quede inmóvil en el lugar.


La chica lucía familiar… ¡Oh, Dios, era Paula!





1 Operador interestatal de servicios de autobuses de los estados unidos.

CAPITULO 5




Seis meses más tarde…


—¿Estás segura que vas a estar bien ? La tormenta se supone que golpea por la tarde. —La abuela gritó desde el porche mientras se acurrucaba en su bata de franela rosa. 


Se puso de pie en la puerta para despedirme. Dios la bendiga. Siempre me encontraba preocupada por si algo me pasara y siempre quería protegerme. Pero yo la amaba tanto. Y al abuelo, también. Si no fuera por ellos, estaría saltando de casa de acogida a otra. Una huérfana. Una niña abandonada que nadie quería.


Les debía la vida.


—Sí, voy a estar bien, abuela —le dije mientras arrastré mi maleta en el maletero de mi viejo '98 Escort y lo cerré de golpe. Era de plata y oxidado en el fondo, pero era por lo que había ahorrado y trabajado duro. Mi primer y único coche. Lo compré de segunda mano y siempre me llevó a donde tenía que ir. Era lo que me podía permitir... por ahora—. Mi trabajo en la escuela comienza el martes, pero tenía que conseguir las llaves de mi nuevo apartamento mañana. Debería estar bien. Además voy a parar en un motel por si los caminos se ponen mal.


—El viaje desde Buffalo a Nueva York es muy largo. Me gustaría que hubieras encontrado un trabajo de enseñanza en las inmediaciones.


En broma rodé los ojos y sonreí.


—Abuela, voy a estar bien. En serio. Además todos los buenos puestos de trabajo están en la ciudad. —Vi la mirada de desesperación en su rostro, y añadí―: No es más que un contrato de un año. Estoy segura de que voy a encontrar algo cerca después de que termine.


Una sonrisa de alivio tocó sus labios y ella los apretó juntos,
dándome una cálida mirada de apreciación. Mientras Betsy (sí, le coloque un apodo a mi coche) seguía calentándose, subí los escalones del porche, la nieve crujía debajo de mis botas y le di un abrazo a la abuela. Un buen abrazo de oso.


Sus ojos comenzaron a empañarse con lágrimas de nuevo. 


No quería verla llorar. Sería la primera vez que la dejaría por tanto tiempo.


Había asistido a la universidad cerca y había planeado hacer mis estudios de posgrado allí, también. Pero el dinero no crece de los árboles. Necesitaba un trabajo. Un trabajo real. 


Una carrera que pague más que mi trabajo a tiempo parcial en el hotel cambiando ropa de cama en el servicio de limpieza. Un trabajo que dio lugar a tomar aspirina antes de subir a la cama por la noche después de padecer dolor de espalda, flexión y de estiramiento, por el cambio de un
centenar de camas de huéspedes.


—Te amo, ahora entra antes de coger un resfriado desagradable, abuela. —Fruncí el ceño en broma. Blancas bocanadas de aire partieron mis labios debido a la fría temperatura.


—Espero que Betsy esté lista para ese largo viaje. —Se burlaba de mí.


Gruñí. —Ella va a estar bien. No te preocupes, abuela.


Inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió, aunque sus ojos tenían un toque de melancolía. Pude ver que tenía miedo. Pero no había nada que pudiera hacer para quitarlo.


Nada.


Realmente no tenía necesidad de llevar ese sentimiento conmigo mientras me dirigía por mi largo viaje a la ciudad. El viaje desde Buffalo a Nueva York, por lo general, dura seis horas como máximo, pero debido a la carretera helada y nieve que sopla, me tomaría el doble de tiempo para hacerlo.


Eran las ocho de la mañana de un sábado. La ventisca no debía comenzar hasta las primeras horas de la noche. Por aquel entonces, debería estar en mi nuevo apartamento cálido justo a las afueras de la gran ciudad. Había visto el lugar de antemano. Fue un alquiler de unos de los profesores de la nueva escuela. Ellos habían rentado sus propiedades, pero querían a alguien de confianza en la unidad.


Por supuesto, empaqué un equipo de emergencia en el maletero de mi coche, incluyendo un termo con café humeante, una manta gruesa, botellas con agua, linterna, botiquín de emergencia, barras de energía, ropa extra, pala pequeña, raspador y quitanieves. Ah, y una vela en una lata vacía con fósforos. Siempre me dijeron que llevara una para encenderla y mantener el calor por si acaso me quedaba atrapada en una tormenta de hielo. Era mejor que correr el riesgo de intoxicación por monóxido de carbono al dejar el coche en marcha para mantenerme caliente.


También llevaba un silbato.


Bien, eso fue idea de la abuela, pero fue un buen consejo. Si alguna vez necesitaba llamar la atención tan solo debería soplar con todo mi aliento y tener la esperanza de que alguien en algún lugar pudiera oírme en peligro. Llevaba una bufanda roja gruesa alrededor de mi cuello y sombrero a juego, un regalo de Joaquin. Significó mucho para mí. Pensé que era la cosa más ridícula que me había comprado la Navidad pasada, pero lo apreciaba ahora. Era lo último que iba a comprar para mí. No era el mejor comprando regalos, pero era genuino y tenía un buen corazón. Siempre tenía buenas intenciones. Dios lo tenga en la gloria.


Mi cabello rubio oscuro sopló en mi cara mientras raspaba el
último pedazo de hielo de mi parabrisas. Sabía que la abuela y el abuelo me querían ayudar, bendigo sus corazones, pero les prohibí hacer nada extenuante. La última cosa que necesitaba era que tuvieran un ataque,
mientras palean nieve o raspan el hielo.


Había movido la nieve de su camino de entrada más temprano esa mañana. Todavía podía oír las palabras de la abuela—: Mí querida, cariño. Tú haces mucho por aquí. Mírate palear toda esa nieve. Te mereces un buen hombre que cuide bien de ti. Rezo para que encuentres felicidad, cariño. ―Estoy segura de que ella había querido decir, de nuevo, al final de la frase.


Un destello de soledad me apuñaló en el corazón cuando ella había pronunciado esas palabras.


―Voy a estar bien —le había dicho—. En serio.


En poco tiempo las ruedas de mi coche molieron la nieve en la carretera, llevándome hacia mi destino. Coches estacionados en las calles se veían cubiertos de blanco debido a la caída de nieve durante la noche anterior. No había muchos coches conduciendo esta mañana, lo había previsto ya que el aviso de tormenta severa aún estaba en vigor.


No culpé a los demás conductores de mantenerse fuera de las carreteras hoy en día, a menos que fuera absolutamente necesario. Por suerte, acababa de obtener mis nuevos neumáticos de nieve de mi viejo coche. Había llenado mi tanque en la gasolinera local y me encontraba lista para ir.


De todos modos, me encontraba decidida a llegar a mi destino con seguridad. Lo tenía todo cubierto. No podía esperar a llegar allí.


Me iba a encontrar perdiendo el trabajo. Y olvidar todo el dolor y los recuerdos de mi ciudad natal. Iba a comenzar de nuevo. Pensé acerca de Joaquin y lo que él habría hecho si le hubiera dicho que me mudaba lejos para enseñar. Pensándolo bien, probablemente me habría quedado en la ciudad solo para estar con él y tomar cualquier trabajo que pudiera conseguir, mientras que esperaba por abrir mi propio campo.


Lágrimas calientes me escocían los ojos de nuevo. Tuve que
parpadear para alejarlas y tragarme el nudo en mi garganta. Habían pasado seis meses desde que Joaquin había muerto en extrañas circunstancias y el tiempo realmente no había alejado los recuerdos.


Una hora más tarde, me dirigí a la carretera llena de nieve dura a través de una zona rural cerca de la cabaña del país. De acuerdo con mi GPS esta sería la mejor ruta a tomar. Encendí la radio y modifiqué el volumen para tener compañía cuando me di cuenta que me había olvidado de empacar el maldito cargador de móvil del coche.


¡Mierda!


—Advertencia de tormenta de nieve severa todavía está en efecto para más tarde esta noche —anunció el locutor de radio—. Vientos de más de treinta y cinco millas por hora y una baja visibilidad también jugará en vigor. Si usted no tiene que estar fuera hoy, quédese en casa y esté cómodo junto a la chimenea.


—Sí, claro —murmuré para mí misma—. Como si algunas
personas tienen una opción.


El limpiaparabrisas se movió de ida y vuelta en mi ventana
empujando la nieve que soplaba de lado a lado. La tormenta no iba a llegar hasta otras ocho horas o algo así, pero parecía como si hubiera llegado antes de lo previsto. Eso no era inusual en estos días con toda la mierda que pasa con el medio ambiente, las condiciones meteorológicas se han vuelto cada vez menos y menos posible de predecir con exactitud. A veces era un éxito o desacierto con los meteorólogos. Secretamente esperaba que fuera un error y la tormenta volara sobre el área en lugar de paralizarla.


Entrecerré los ojos en la carretera, en busca de una tienda o el centro comercial más cercano, donde con suerte pudiera encontrar un cargador para mi celular. Me mordí el labio inferior, mi corazón latiendo fuerte y rápido en mi pecho. 


Necesitaba tener un celular de trabajo o estaría jodida si la tormenta de nieve golpeaba antes de lo previsto.


Tenía una lista de control y todo lo que no podía entender era cómo me las arreglé para perder mi cargador. Mierda. 


Tenía tantas cosas en la mente, que debía de ser eso.


¡Oh, Dios! La última cosa que necesitaba era estar varada en medio de la nada bajo alguna tormenta peligrosa, sin medios de comunicación para llamar a la AAA o emergencias. Había leído acerca de una mujer que fue sorprendida en la tormenta y que habían encontrado su cuerpo al día siguiente, congelado en el banco de hielo.


Había muerto de hipotermia. Sola. También había sido robada por algunos idiotas vagabundos que debieron haber encontrado su cuerpo primero. Era una locura y muy deprimente. El informe dijo que ella debería haberse quedado en su coche porque era más fácil encontrar un
automóvil que un cuerpo en los bancos de nieve durante una tormenta si el personal de emergencia conducía por ahí.


Mi cuerpo temblaba por dentro ante el pensamiento. Me estremecí pensando en lo que me podría suceder. Mis abuelos. Dios, que habían pasado por muchas cosas ya. Morirían de pena si algo así me pasara.


Tengo que dejar de pensar en cosas terribles. Mantener una
actitud positiva. Lo necesitaba para mi propia supervivencia.


—Todo sucede por una razón. —La abuela siempre me
sermoneaba. Le sonreí a los sentimientos cálidos de sus pensamientos.


Ella quería que siempre valorara cada momento como un regalo de la vida y no importaba lo mucho que planeáramos las cosas, deberíamos darnos cuenta que a veces el destino tenía una mano en nuestro camino y eso se sentía bien. No fue lo que me pasó a mí, si no lo que sucedió en mi interior lo que me hizo notar que tenía el control sobre la situación.


No entraría en pánico.


No flaquearía.


Me mantendría en calma y abierta.


No sería atrapada muerta en esta tormenta.


Sí, claro.


Mi mente regresó al año pasado en este tiempo, a principios de diciembre con Joaquin. Siempre me enviaba los textos románticos más extraños sin importar si estábamos lejos o cerca.


—Hola, chica fantástica. —Una vez me mandó—. No puedo dejar de pensar en ti. Eres la cosa más caliente en este lado del cielo. Sigue siendo tú... tu sacudes mi mundo... Soy muy afortunado de tenerte en mi vida. —Siempre firmaba—. Amor de mi vida.


Mi corazón se revolcó dentro de mi pecho ante esas palabras escalofriantes. Amor de mi vida. Me había acostumbrado tanto a sus textos diarios que dejó un profundo vacío en mi existencia cuando dejaron de venir.


Me habían quemado algunas de sus palabras en mi memoria para recuperar en días como este, cuando me sentía sola.


—¡Oh, Dios mío! Te extraño tanto, Joaquin —gemí al pensar que nunca iba a recibir más mensajes de él otra vez. Jamás. 


Mi voz se interrumpió cuando dije su nombre. No lo había pronunciado en mucho tiempo. Era demasiado doloroso. Demasiado loco pensar que nunca sería capaz de responder de nuevo.


Antes de darme cuenta, me deslizaba sobre un maldito parche de hielo en el camino.


¡Mierda!


—El pensamiento y la conducción —debe estar en contra de la ley. Ni siquiera me encontraba concentrada en la carretera, cuando mi mente se dirigió por el carril de la memoria. Ahora me hallaba jodida.


Apreté el freno, y solo empeoró la situación.


¡Slam!


Mi corazón dio un vuelco en el pecho. Mi coche se había
bloqueado en un banco de nieve y se deslizó fuera de la carretera. Perdí el control. Me iba a morir.

CAPITULO 4




Pedro negó mi única oportunidad de tener un cierre mediante la cumplimentación de algunos detalles sobre esa noche que Joaquin murió, pero él no lo haría. Bueno, yo no iba a dejar que me roben mi dignidad en el funeral de Joaquin.


Ningún chico nunca me había hecho sentir de la manera en que Joaquin hizo. Está bien, así que no era elegible para cualquier concurso de belleza o Next Top Model de América porque mis muslos se encontraban en el lado pesado y me llevé un poco más de peso. Ni siquiera era popular en nuestra escuela secundaria. La gente rara vez se fijaba en mí. Pero Joaquin lo hizo. Se interesó en mí en un momento en el que era más vulnerable y me hizo sentir muy amada. 


Se suponía que íbamos a compartir un futuro juntos. Me eligió a mí. Tan popular como era él, Joaquin me eligió a mí. 


Nadie podía entender por qué, pero ese era su problema ¿no? No mío. Me sentía tan feliz con él. Entendió por qué quería esperar antes de intimar. Esperó tanto tiempo, a diferencia de muchos otros chicos de la escuela secundaria. 


Fue mi primer amor verdadero real. Mi primera experiencia con la intimidad... y ahora mi primera verdadera muerte de alguien cercano a mí.


Era demasiado pequeña para recordar cuando mi madre murió.


¿Y mi padre? No tenía idea si se encontraba vivo o muerto. Nunca lo conocí. Mis abuelos me criaron casi todo lo que podían con sus ingresos fijos. Yo quería hacer una buena vida por mí misma, por mi propio bien y por el suyo. Mi sueño sería cuidar de ellos en su vejez como ellos se habían hecho cargo de mí cuando yo era joven y vulnerable en mi corta edad.


Me cuadré de hombros y tomé una respiración profunda, mi
pecho subía y bajaba drásticamente. Iba a conseguirlo a través de la actualidad. Incluso si fuera la última cosa que podía hacer.


Por el bien de Joaquin.


Por mi propio bien.


Subrepticiamente volví la cabeza ligeramente y todavía podía ver a Pedro por el rabillo de mi ojo mirando hacia mí. 


El calor de su mirada era tan intenso que casi me ahogó.


Empecé a sentirme como si no pudiera respirar de nuevo. 


¿Por qué me miraba de esa manera?


¿Esperaba que hablara con él después de lo que pasó? 


Después de los rumores que salieron después de que Joaquin... falleció.


No, no voy a entretener a cualquier pensamiento que me pudiera arrastrar abajo. Mentalmente metí toda noción del miedo o la traición de mi mente por el momento. Me negaba a ponerme nerviosa sobre nadie. No odio a Pedro tampoco. 


Me niego a odiarlo. El odio es como beber un vil veneno y esperar que la otra persona se enferme.


Pensamientos venenosos no entrarían en mi mente hoy o cualquier otro día. Apreté los ojos mientras el coro comenzó a cantar Amazing Grace y me imaginaba lo que podría haber sido. Fue entonces que mis latidos se restauraron a un ritmo normal.


Me gustaría salir de esto porque el fracaso no sería una opción para mí. Joaquin siempre compartió algunas palabras poéticas locas conmigo. Dios, echaba de menos sus textos. 


El texto decía cosas como: 

Siempre estoy contigo.


No importa donde esté.


Recuerda que Estoy solo a una llamada o un texto de distancia.


Voy a estar allí.


Nunca creería esas palabras otra vez de nadie.


Su último texto para mí fue:


Estoy con Pedro y los chicos
Sigue siendo hermosa
Haces que sea tan fácil amarte
Haces que sea tan fácil estar... contigo
Te veré pronto.


Lágrimas calientes rodaron por mis mejillas más rápido de lo que podía detenerlas. Metí la mano en mi bolso para coger un pañuelo para secarme los ojos y limpiarme la nariz. 


Necesitaba todo el centro de la potencia y la fuerza emocional del universo que tenía para ofrecerme. Y lo necesitaba como si fuera para ayer.


—Queridos amigos. —El joven pastor comenzó mientras se
encontraba con su traje negro en el podio—. Nos hemos reunido hoy para pagar nuestro último tributo de respeto a lo que era mortal de nuestro ser querido fallecido y amigo, Joaquin Brentwood. Para los miembros de la familia que lloran su pérdida, en especial les ofrecemos nuestra sincera y profunda simpatía. Que podamos compartir con ustedes la comodidad ofrecida por la Palabra de Dios en Juan 14 versículo uno a tres para un tiempo como este: “No dejen que sus corazones se preocupen. Crean en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Y si así no fuera, yo les hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para ti. Y si me fuera, prepararé lugar, vendré otra vez, y te tomaré que usted también
puede… Estar donde estoy...


El resto del sermón y el servicio fueron un borrón para mí. 


Todo se volvió oscuro en mi vida después de eso.


Todo.