miércoles, 19 de noviembre de 2014

CAPITULO 5




Seis meses más tarde…


—¿Estás segura que vas a estar bien ? La tormenta se supone que golpea por la tarde. —La abuela gritó desde el porche mientras se acurrucaba en su bata de franela rosa. 


Se puso de pie en la puerta para despedirme. Dios la bendiga. Siempre me encontraba preocupada por si algo me pasara y siempre quería protegerme. Pero yo la amaba tanto. Y al abuelo, también. Si no fuera por ellos, estaría saltando de casa de acogida a otra. Una huérfana. Una niña abandonada que nadie quería.


Les debía la vida.


—Sí, voy a estar bien, abuela —le dije mientras arrastré mi maleta en el maletero de mi viejo '98 Escort y lo cerré de golpe. Era de plata y oxidado en el fondo, pero era por lo que había ahorrado y trabajado duro. Mi primer y único coche. Lo compré de segunda mano y siempre me llevó a donde tenía que ir. Era lo que me podía permitir... por ahora—. Mi trabajo en la escuela comienza el martes, pero tenía que conseguir las llaves de mi nuevo apartamento mañana. Debería estar bien. Además voy a parar en un motel por si los caminos se ponen mal.


—El viaje desde Buffalo a Nueva York es muy largo. Me gustaría que hubieras encontrado un trabajo de enseñanza en las inmediaciones.


En broma rodé los ojos y sonreí.


—Abuela, voy a estar bien. En serio. Además todos los buenos puestos de trabajo están en la ciudad. —Vi la mirada de desesperación en su rostro, y añadí―: No es más que un contrato de un año. Estoy segura de que voy a encontrar algo cerca después de que termine.


Una sonrisa de alivio tocó sus labios y ella los apretó juntos,
dándome una cálida mirada de apreciación. Mientras Betsy (sí, le coloque un apodo a mi coche) seguía calentándose, subí los escalones del porche, la nieve crujía debajo de mis botas y le di un abrazo a la abuela. Un buen abrazo de oso.


Sus ojos comenzaron a empañarse con lágrimas de nuevo. 


No quería verla llorar. Sería la primera vez que la dejaría por tanto tiempo.


Había asistido a la universidad cerca y había planeado hacer mis estudios de posgrado allí, también. Pero el dinero no crece de los árboles. Necesitaba un trabajo. Un trabajo real. 


Una carrera que pague más que mi trabajo a tiempo parcial en el hotel cambiando ropa de cama en el servicio de limpieza. Un trabajo que dio lugar a tomar aspirina antes de subir a la cama por la noche después de padecer dolor de espalda, flexión y de estiramiento, por el cambio de un
centenar de camas de huéspedes.


—Te amo, ahora entra antes de coger un resfriado desagradable, abuela. —Fruncí el ceño en broma. Blancas bocanadas de aire partieron mis labios debido a la fría temperatura.


—Espero que Betsy esté lista para ese largo viaje. —Se burlaba de mí.


Gruñí. —Ella va a estar bien. No te preocupes, abuela.


Inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió, aunque sus ojos tenían un toque de melancolía. Pude ver que tenía miedo. Pero no había nada que pudiera hacer para quitarlo.


Nada.


Realmente no tenía necesidad de llevar ese sentimiento conmigo mientras me dirigía por mi largo viaje a la ciudad. El viaje desde Buffalo a Nueva York, por lo general, dura seis horas como máximo, pero debido a la carretera helada y nieve que sopla, me tomaría el doble de tiempo para hacerlo.


Eran las ocho de la mañana de un sábado. La ventisca no debía comenzar hasta las primeras horas de la noche. Por aquel entonces, debería estar en mi nuevo apartamento cálido justo a las afueras de la gran ciudad. Había visto el lugar de antemano. Fue un alquiler de unos de los profesores de la nueva escuela. Ellos habían rentado sus propiedades, pero querían a alguien de confianza en la unidad.


Por supuesto, empaqué un equipo de emergencia en el maletero de mi coche, incluyendo un termo con café humeante, una manta gruesa, botellas con agua, linterna, botiquín de emergencia, barras de energía, ropa extra, pala pequeña, raspador y quitanieves. Ah, y una vela en una lata vacía con fósforos. Siempre me dijeron que llevara una para encenderla y mantener el calor por si acaso me quedaba atrapada en una tormenta de hielo. Era mejor que correr el riesgo de intoxicación por monóxido de carbono al dejar el coche en marcha para mantenerme caliente.


También llevaba un silbato.


Bien, eso fue idea de la abuela, pero fue un buen consejo. Si alguna vez necesitaba llamar la atención tan solo debería soplar con todo mi aliento y tener la esperanza de que alguien en algún lugar pudiera oírme en peligro. Llevaba una bufanda roja gruesa alrededor de mi cuello y sombrero a juego, un regalo de Joaquin. Significó mucho para mí. Pensé que era la cosa más ridícula que me había comprado la Navidad pasada, pero lo apreciaba ahora. Era lo último que iba a comprar para mí. No era el mejor comprando regalos, pero era genuino y tenía un buen corazón. Siempre tenía buenas intenciones. Dios lo tenga en la gloria.


Mi cabello rubio oscuro sopló en mi cara mientras raspaba el
último pedazo de hielo de mi parabrisas. Sabía que la abuela y el abuelo me querían ayudar, bendigo sus corazones, pero les prohibí hacer nada extenuante. La última cosa que necesitaba era que tuvieran un ataque,
mientras palean nieve o raspan el hielo.


Había movido la nieve de su camino de entrada más temprano esa mañana. Todavía podía oír las palabras de la abuela—: Mí querida, cariño. Tú haces mucho por aquí. Mírate palear toda esa nieve. Te mereces un buen hombre que cuide bien de ti. Rezo para que encuentres felicidad, cariño. ―Estoy segura de que ella había querido decir, de nuevo, al final de la frase.


Un destello de soledad me apuñaló en el corazón cuando ella había pronunciado esas palabras.


―Voy a estar bien —le había dicho—. En serio.


En poco tiempo las ruedas de mi coche molieron la nieve en la carretera, llevándome hacia mi destino. Coches estacionados en las calles se veían cubiertos de blanco debido a la caída de nieve durante la noche anterior. No había muchos coches conduciendo esta mañana, lo había previsto ya que el aviso de tormenta severa aún estaba en vigor.


No culpé a los demás conductores de mantenerse fuera de las carreteras hoy en día, a menos que fuera absolutamente necesario. Por suerte, acababa de obtener mis nuevos neumáticos de nieve de mi viejo coche. Había llenado mi tanque en la gasolinera local y me encontraba lista para ir.


De todos modos, me encontraba decidida a llegar a mi destino con seguridad. Lo tenía todo cubierto. No podía esperar a llegar allí.


Me iba a encontrar perdiendo el trabajo. Y olvidar todo el dolor y los recuerdos de mi ciudad natal. Iba a comenzar de nuevo. Pensé acerca de Joaquin y lo que él habría hecho si le hubiera dicho que me mudaba lejos para enseñar. Pensándolo bien, probablemente me habría quedado en la ciudad solo para estar con él y tomar cualquier trabajo que pudiera conseguir, mientras que esperaba por abrir mi propio campo.


Lágrimas calientes me escocían los ojos de nuevo. Tuve que
parpadear para alejarlas y tragarme el nudo en mi garganta. Habían pasado seis meses desde que Joaquin había muerto en extrañas circunstancias y el tiempo realmente no había alejado los recuerdos.


Una hora más tarde, me dirigí a la carretera llena de nieve dura a través de una zona rural cerca de la cabaña del país. De acuerdo con mi GPS esta sería la mejor ruta a tomar. Encendí la radio y modifiqué el volumen para tener compañía cuando me di cuenta que me había olvidado de empacar el maldito cargador de móvil del coche.


¡Mierda!


—Advertencia de tormenta de nieve severa todavía está en efecto para más tarde esta noche —anunció el locutor de radio—. Vientos de más de treinta y cinco millas por hora y una baja visibilidad también jugará en vigor. Si usted no tiene que estar fuera hoy, quédese en casa y esté cómodo junto a la chimenea.


—Sí, claro —murmuré para mí misma—. Como si algunas
personas tienen una opción.


El limpiaparabrisas se movió de ida y vuelta en mi ventana
empujando la nieve que soplaba de lado a lado. La tormenta no iba a llegar hasta otras ocho horas o algo así, pero parecía como si hubiera llegado antes de lo previsto. Eso no era inusual en estos días con toda la mierda que pasa con el medio ambiente, las condiciones meteorológicas se han vuelto cada vez menos y menos posible de predecir con exactitud. A veces era un éxito o desacierto con los meteorólogos. Secretamente esperaba que fuera un error y la tormenta volara sobre el área en lugar de paralizarla.


Entrecerré los ojos en la carretera, en busca de una tienda o el centro comercial más cercano, donde con suerte pudiera encontrar un cargador para mi celular. Me mordí el labio inferior, mi corazón latiendo fuerte y rápido en mi pecho. 


Necesitaba tener un celular de trabajo o estaría jodida si la tormenta de nieve golpeaba antes de lo previsto.


Tenía una lista de control y todo lo que no podía entender era cómo me las arreglé para perder mi cargador. Mierda. 


Tenía tantas cosas en la mente, que debía de ser eso.


¡Oh, Dios! La última cosa que necesitaba era estar varada en medio de la nada bajo alguna tormenta peligrosa, sin medios de comunicación para llamar a la AAA o emergencias. Había leído acerca de una mujer que fue sorprendida en la tormenta y que habían encontrado su cuerpo al día siguiente, congelado en el banco de hielo.


Había muerto de hipotermia. Sola. También había sido robada por algunos idiotas vagabundos que debieron haber encontrado su cuerpo primero. Era una locura y muy deprimente. El informe dijo que ella debería haberse quedado en su coche porque era más fácil encontrar un
automóvil que un cuerpo en los bancos de nieve durante una tormenta si el personal de emergencia conducía por ahí.


Mi cuerpo temblaba por dentro ante el pensamiento. Me estremecí pensando en lo que me podría suceder. Mis abuelos. Dios, que habían pasado por muchas cosas ya. Morirían de pena si algo así me pasara.


Tengo que dejar de pensar en cosas terribles. Mantener una
actitud positiva. Lo necesitaba para mi propia supervivencia.


—Todo sucede por una razón. —La abuela siempre me
sermoneaba. Le sonreí a los sentimientos cálidos de sus pensamientos.


Ella quería que siempre valorara cada momento como un regalo de la vida y no importaba lo mucho que planeáramos las cosas, deberíamos darnos cuenta que a veces el destino tenía una mano en nuestro camino y eso se sentía bien. No fue lo que me pasó a mí, si no lo que sucedió en mi interior lo que me hizo notar que tenía el control sobre la situación.


No entraría en pánico.


No flaquearía.


Me mantendría en calma y abierta.


No sería atrapada muerta en esta tormenta.


Sí, claro.


Mi mente regresó al año pasado en este tiempo, a principios de diciembre con Joaquin. Siempre me enviaba los textos románticos más extraños sin importar si estábamos lejos o cerca.


—Hola, chica fantástica. —Una vez me mandó—. No puedo dejar de pensar en ti. Eres la cosa más caliente en este lado del cielo. Sigue siendo tú... tu sacudes mi mundo... Soy muy afortunado de tenerte en mi vida. —Siempre firmaba—. Amor de mi vida.


Mi corazón se revolcó dentro de mi pecho ante esas palabras escalofriantes. Amor de mi vida. Me había acostumbrado tanto a sus textos diarios que dejó un profundo vacío en mi existencia cuando dejaron de venir.


Me habían quemado algunas de sus palabras en mi memoria para recuperar en días como este, cuando me sentía sola.


—¡Oh, Dios mío! Te extraño tanto, Joaquin —gemí al pensar que nunca iba a recibir más mensajes de él otra vez. Jamás. 


Mi voz se interrumpió cuando dije su nombre. No lo había pronunciado en mucho tiempo. Era demasiado doloroso. Demasiado loco pensar que nunca sería capaz de responder de nuevo.


Antes de darme cuenta, me deslizaba sobre un maldito parche de hielo en el camino.


¡Mierda!


—El pensamiento y la conducción —debe estar en contra de la ley. Ni siquiera me encontraba concentrada en la carretera, cuando mi mente se dirigió por el carril de la memoria. Ahora me hallaba jodida.


Apreté el freno, y solo empeoró la situación.


¡Slam!


Mi corazón dio un vuelco en el pecho. Mi coche se había
bloqueado en un banco de nieve y se deslizó fuera de la carretera. Perdí el control. Me iba a morir.

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