jueves, 20 de noviembre de 2014

CAPITULO 7



PEDRO



—¿Estás bien? —pregunté, después de que me las arreglé para conseguir abrir la puerta del conductor. Dios, se veía tan fuera de sí. El shock de descubrir a Paula en este accidente me golpeó con fuerza. Me tomó por sorpresa. 


Apagué el motor inmediatamente antes de atenderla.


—¿Paula? —La agonía de verla así hizo que su nombre se clavara en mi garganta. Una guerra de emociones rugía dentro de mí. Los sentimientos encontrados aumentaron dentro de mi sangre, pero me agarré de algún pedazo de control que tenía—. Paula soy yo, Pedro. No te preocupes. Voy a ayudarte, ¿está bien? —Le froté los hombros y le
levanté la barbilla, parecía aturdida.


Solo de pensar en ella sentada aquí, solo Dios sabiendo cuánto tiempo, herida y con dolor hizo que mi estómago se apretara firmemente. Me di cuenta de la herida sobre su ojo derecho.


Probablemente se golpeó la cabeza durante el impacto.


Me acerqué a la caja de pañuelos cerca del sostenedor de vasos en su coche y cogí un montón para presionar en la herida y detener el sangrado. Dios, su piel era cálida pero se hallaba húmeda.


¿Por qué diablos fue Paula?, de todas las personas, estando aquí en el medio de la nada en un día de tormenta como el de hoy. ¿Estaba loca? No podía creer que viajara sola en esta tormenta de nieve. Pero no era mi lugar juzgarla en este momento. No podía creer mi suerte en toparme con ella aquí.


Moví mi mano al panel de la puerta y traté de bajar sus ventanas para que todo el aire del interior salga.


Por supuesto, no pasó nada. Me di cuenta que apagué su motor.


Me moví de su lado y agarré la pala y empecé a cavar la nieve que se encontraba alrededor de su tubo de escape. Mis manos se encontraban casi adormecidas con una sensación de picazón.


¡Grandioso! Dejé mis guantes en el coche. Eso fue muy
inteligente. Supongo que a veces la gente hace cosas estúpidas cuando va a ayudar a alguien que lo necesita. Como asegurarse que ellos mismos estén bien. La última cosa que necesitaba era congelarme. Pero realmente no me preocupaba por mí mismo en estos momentos. Tener a
Paula segura era mi única preocupación ahora.


Una sensación de pesadez luchó en mi estómago. Mi pecho se sentía como si fuera a estallar. ¡Oh, Dios! No podía creer que Paula se encontraba aquí. Claramente se encontraba lesionada y podría morir en mis brazos. Metí la mano en mi bolsillo y saqué mi teléfono.


¡Mierda!


No hay servicio.


Paula —grité, tratando de mantener su conciencia—. No vas a morir aquí Paula. ¿Vas a estar bien?


Ella gimió.


Bueno, eso era algo. Por lo menos fue capaz de hacer un sonido.


Sus ojos aún permanecían cerrados, mientras se inclinaba hacia atrás en el reposacabezas. No quería sacarla del coche todavía. No quería que se muriera de frío. Dios, no quería perderla. No ahora. No después de verla por primera vez en seis meses.


¡Imagínense eso! De todas las veces de ver a Paula de nuevo, ella apenas sabía que yo me encontraba aquí. Ni siquiera sé si sabía dónde se encontraba. Como un fanático obsesivo, seguí revisando mi teléfono celular para ver si había señal.


La pantalla del teléfono decía: "Sin servicio".


¡Mierda!


—Vamos —murmuré. El latido del mi corazón se aceleró con
fuerza en el pecho. Seguí abrazando a Paula para asegurarme que se hallaba bien y si mantenía la temperatura tanto como sea posible.


Me hubiera gustado tanto ver a Paula de nuevo. Pero no de esta manera.


¿Cuáles eran las probabilidades de encontrarme con ella de esta manera? Llámalo una coincidencia, el destino o una predestinación, pero sea lo que sea nunca se sabe cuándo dos vidas podrían chocar y cambiar para siempre. Tuve una sensación nauseabunda de que esto iba a ser uno de esos momentos y la sensación me dejó intranquilo.


Siempre fui un chico con control y que podía pensar en una manera de salir de cualquier cosa y todo. ¿Pero esto?


¿Cómo podría el destino jugar con algo tan cruel como esto? Me hubiera gustado estar en ese vehículo y no Paula


Pensé que no podría vivir conmigo mismo después de hoy, si algo le sucedía. Apreté los dientes, la ira hervía a través de mí. Todo este tiempo la llamaba a su celular. ¿Por qué no contestaba su teléfono? Tal vez ella ya se había
estrellado. ¡Oh, Dios! ¿Qué pasa si llegué demasiado tarde?


Momentos más tarde, Paula parecía volver en sí después del vigorizante aire fresco que la rodeo. Bien. Eso era casi tan bueno como administrarle oxígeno. Había una botella de agua en el asiento del pasajero a su lado así que me acerqué para agarrarlo. Giré la tapa para abrirla, incliné su cabeza hacia abajo y se la acerqué a los labios. Sus ojos se abrieron. Sus grandes y hermosos ojos marrones me vieron momentáneamente antes de beber de la botella. El agua se derramó de sus labios. Sus ojos salvajes se suavizaron sutilmente. Me sentí aliviado de que sus ojos se iluminaran un poco.


—¿Estás bien, Paula?


Una expresión confusa tocó su cara, probablemente
preguntándose qué demonios hacía allí con ella.


Asintió con la fuerza que le quedaba. —Sí —murmuró, su voz sonaba ronca y agrietada.


Una pesadez se centró alrededor de mi pecho de nuevo. 


Odiaba verla así. Miré a la pantalla de mi teléfono celular de nuevo. Aún no había servicio. Por lo visto, parecía que la electricidad fue golpeada en el área por la tormenta de nieve.


Volví mi atención a Paula. Mi sangre bombeaba duro y rápido por mis venas. Lamentablemente la sangre también se apresuró a mi área de la entrepierna. Sí, fue una idea brillante vestirme con pantalones vaqueros ajustados y una sudadera fina en un día como hoy.


Hablando de un mal momento. Lástima que no podía controlar la respuesta automática en mi cuerpo como podía controlar otras cosas.


Solo esperaba que ella no lo viera. No quería que se hiciera ideas equivocadas ni nada. Paula se hallaba indefensa y necesitaba ayuda en estos momentos, no a un tipo que se encontraba sinceramente excitado por su cercanía.


El viento colaba a su dulce aroma de perfume en mis fosas
nasales. Eso no ayudó. Paula se hallaba allí, delante de mí. 


¿Qué se supone que debía hacer ahora? Llevaba un suéter azul de corte bajo que abrazaba su piel. Dios, su escote se veía hermoso. ¿Por qué no podía haber estado más cubierta hoy? Mientras me acerqué a desabrochar su cinturón de seguridad, la calidez de su cuerpo provocó una reacción caliente en mi área de la ingle. Rápidamente me alejé
después de deshacer el cinturón de seguridad. ¿Por qué tenía este loco efecto en mí? Y precisamente ahora.


—Mi cabeza —gruñó mientras apretaba la mano a la frente.


—Tuviste un accidente y te saliste de la carretera —dije en voz baja, tratando de ocultar mis emociones. La nieve y el viento soplaban con fuerza, mechones de su cabeza volaron a su cara e instintivamente me acerqué para quitar los rizos sueltos de su vista, pero me agarró la mano para detenerme.


—Está bien —dijo, su voz más aguda ahora. Bueno. Por lo menos se encontraba consciente. Sus grandes ojos marrones se clavaron en los míos. Parecían superficiales. Ilegibles.


—Gracias —susurró.


—¿Por qué?


—Por ayudarme. Por salvar mi vida —murmuró.


—Solo hice lo que tenía que hacer. Incluso no tenía ni idea de que estuvieras en este coche cuando vi que se salió de la carretera.


Ella miró hacia abajo. Sus labios se apretaron. Sus grandes ojos marrones estudiaron la parte superior de mi cuerpo.


—¡Oh, Dios mío! ¿No tienes frío? Entra. —Su abrumadora
preocupación por mí, me tomó por sorpresa. Herida y, sin embargo, se encontraba preocupada por mí. Había una tensión quebradiza entre nosotros. Podía sentirlo en mi estómago. Una tensión tácita más su cálida bondad interior surgió en este día frío.


—Es térmico. Me mantiene caliente —me referí a mi delgada
sudadera—. Solo se ve como si fuera delgada. Pero no te preocupes por mí. Tenemos que asegurarnos que estás bien.


—Voy a estar bien, Pedro.


Los vellos de mi piel se erizaron. Por la forma en que susurró mi nombre, sin aliento al final de la frase. Era la primera vez que había pronunciado mi nombre desde la muerte de Joaquin. Era la primera vez que me había reconocido durante los últimos seis meses.


—Mira, tenemos que conseguir ayuda. Evidentemente, tienes un poco de humo de monóxido de carbono.


—¿Cómo?


—Deberías haber quitado la nieve de tu tubo de escape antes de retroceder. Probablemente no te diste cuenta de que la nieve lo había cubierto y después manejaste por la pila de nieve... quiero decir, que te resbalaste por la pila de nieve.


Puso los ojos como si estuviera enojada y apoyó la cabeza en el reposacabezas, el aire frío seguía soplando en el interior del coche.


Hacía demasiado frío para ella, mis ojos contemplaban su pecho inconscientemente. Sus pezones se endurecieron como piedras a través de su camiseta.


¡Mierda!


Deja de mirar, Pedro.


Moví mis ojos por el interior del coche.


—Está bien. La mayoría de los conductores tienen el mismo error.Se olvidan de comprobar su tubo de escape para asegurarse que esté limpio para que los humos no regresen al interior de su vehículo.


-¿Dónde te diriges?


-A la ciudad.


Alarmado, le respondí con una voz fuerte pero no intencional.
—¿Hoy? ¿Sola? ¿Estas…?


—¿Loca? —Terminó por mí, levantando la cabeza de nuevo—. Probablemente. Pero no todos pueden permitirse un pasaje de avión en estos días.


—Eso no es lo que quise decir, Paula.


Me miró y me dio una mirada en blanco. No, era más de dolor y sufrimiento crudo. Realmente no podía culparla. La última vez que habíamos hablado, después de la muerte de Joaquin, realmente la menosprecié. Me encontraba enfadado por muchas cosas y probablemente me desquité con todo el mundo a mí alrededor. Había un oscuro secreto que juré no decir y me partía el alma en pedazos el saber que Paula no podía saber la verdad. Toda la verdad. Debido a que esto tenía que ver con ella más de lo que podía saber.


Dios, esto lo arruinaba completamente. ¿Por qué no podrían ser diferentes las cosas entre nosotros? Está bien, no me encontraba listo para ella cuando nos conocimos inicialmente porque sabía que era una buena chica y yo estaba... bueno, muy mal. No quería dejarle cicatrices.


La dejé sola. Pero ahora me preguntaba si había hecho lo correcto.


Como un ladrón en la noche, Joaquin entró en escena y me apuñaló por la espalda, tomando a la única chica con la que quería algo. La chica que había planeado tomarla en serio después de que mis días salvajes hubieran terminado. Pero, ¿quién sabía que él iba a invitarla a salir en primer lugar?


Sin embargo, Paula no me creería si le dijera eso. 


Y definitivamente se pondría de su lado si supiera toda la verdad a cerca de él. Pensaría que estoy hablando mal de los muertos. Tratando de cambiar los hechos. Pero nada podría estar más lejos de la verdad. Ahora la única cosa en mi mente era, ¿qué demonios protegía para no decir nada
acerca de esa noche?


Como si pudiera leer mi mente, levantó sus ojos a los míos. 


Una expresión en blanco vistió su rostro. ¿Qué demonios pensaba? ¿Seguía enfadada conmigo acerca de la muerte de Joaquin? ¿Me echaba la culpa por lo que pasó esa noche y por no decirle la verdad? Dios, sus ojos siempre me hipnotizaban. Paula no era como las otras chicas. Era dulce
e inocente, al menos hasta que comenzó a ver a Joaquin.



El resentimiento se grababa en mi sangre por lo que le hizo, lo que la llevó a creer en él. Jódete Joaquin. La sola visión de sus inocentes y confiados ojos hizo que mi sangre hirviera. 


Fue fácil engañarla.


—¿Tu celular tiene servicio? —pregunté, sin mirarla. No quería ninguna otra reacción en mi cuerpo por estar viéndola.


—Um... ¡Oh, mierda!


—¿Qué pasa?


—El cargador de mi teléfono celular. Lo dejé en casa. Trataba de encontrar una tienda abierta para comprar otro. No tengo mucha batería.


—Está bien. —No, no estaba bien, pero no quería que se sintiera mal para que sepa cómo eso era malditamente peligroso para nosotros en estos momentos. Podríamos morir congelados antes que la ayuda viniera.


—Mira. ¿Por qué no vienes a mi jeep? —le dije, notando que su tanque de gasolina se hallaba prácticamente vacío—. Es a pocos pasos de distancia. Mi coche es más visible para los equipos de emergencia.


Me miró indecisa al principio. Se mordió su labio rojo inferior por completo. Cristo, mi pene saltó. Sus deliciosos labios siempre me encendían. Me encantaban las mujeres con labios carnosos y sensuales.


Llevaba este lápiz labial rojo brillante en sus labios y mis sentidos condujeron a lo salvaje. Me preguntaba cómo sabrían en mí…


Luché conmigo mismo. Tuve que mantener mis sentimientos bajo control. Sí, díganselo a mi cuerpo. Este no era el momento ni el lugar.


Teníamos que volver a un lugar seguro, ahora.


La tormenta de nieve se hizo más fuerte. Los fuertes vientos y la nieve que soplaba nos rodearon. Teníamos poco visibilidad. Las ráfagas de viento deben haber estado golpeando a cuarenta kilómetros por hora o algo así. Fue tan loco.


En ese momento oí el sonido del gran árbol cayendo hacia el coche.


¡Mierda!


El árbol se venía abajo y nos iba a aplastar. Miré a la línea de teléfono por encima de las ramas. ¿Era así como nos iba a juntar nuestro destino? El árbol comenzó a inclinarse y caer. El peso solo nos aplastaría junto al coche.


Paula —grité.


Estiré la mano y la agarré, tirando de ella desde el coche. 


Ella miraba hacia atrás de mí hasta que miró al árbol que caía. Sus ojos se abrieron en estado de shock, me apretó y soltó un grito infernal.


—¡No pasa nada! ¡Solo tienes que moverte!


El choque fue fuerte y el suelo a nuestro alrededor se estremeció.


Parecía que todo había terminado para nosotros.

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