martes, 25 de noviembre de 2014
CAPITULO 17
PAULA
¡Oh, Dios! ¿Dónde estoy?
¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Cuánto tiempo he estado aquí?
¡Ouch! Mi cabeza me está matando.
Me hallaba acostada en una cama estrecha en una habitación con aire caliente. Me sentía débil, paralizada.
¿Estaba fuertemente sedada?
¿Me encontraba muerta? Mis párpados se sentían demasiado pesados para abrirlos, pero oí el sonido del pitido de una máquina y el zumbido de lo que sonaba como aire acondicionado, pero no podía ser eso. Me sentía demasiado caliente. Mi cuello se encontraba asegurado en algún tipo de soporte.
El aroma a desinfectante de pino flotaba más allá de mi nariz, ese olor característico de producto de limpieza de hospital. ¿Me hallaba en una cama de hospital?
Me devanaba los sesos tratando de averiguar lo que pasó. ¿Por qué estaba allí? Llevé mi mente a la deriva de nuevo.
Traté de mover mi mano, pero sentí una sensación de pinchazo en una de las venas en mi mano derecha. Había una vía intravenosa insertada. Los líquidos deben de estar corriendo a través de mi sangre ahora mismo. Líquidos cálidos.
Probablemente sal, agua o algo. Eso fue lo que me dieron antes, cuando estuve en un hospital con un caso grave de meningitis.
Mi mente se quedó en blanco como si hubiera caído en una nada.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
¿Estaba muerta?
¿Me estaba muriendo?
Silencio.
Oscuridad.
Momentos pasaron antes de ser consciente de mi entorno de nuevo. Tal vez fueron horas las que transcurrieron. ¿Quién sabe? Gemí, pero no creí que nadie estuviera en la habitación para escucharme. Mis párpados se hallaban todavía pesados y permanecieron cerrados. Debo haber estado drogada. Tal vez con morfina o algo así.
El miedo se apoderó de mi garganta y no la soltó. Me encontraba atrapada en el interior de mi ser y mis pensamientos.
Mi culpa.
La culpa siempre fue una carga pesada de llevar.
Pero, ¿por qué había sentido ese tan horrible ataque de
culpabilidad? ¿Qué había hecho o que no había hecho?
Piezas de imágenes salpicaban toda la pantalla oscura de mi mente. Joaquin. ¡Oh, Dios! Joaquin se había ido. Estaba muerto. Mi corazón se apretó con el recuerdo. ¿O había simplemente pasado? Sentí que las lágrimas brotaban dentro de mis párpados. Joaquin se encontraba de pie
inclinado sobre mí... Miré y miré a mí alrededor. Grité pero nadie me escuchó. Me encontraba en un ataúd y él miraba por encima de mí.
Luego cerró la puerta. Grité y di un golpe duro en la madera, pero no pasó nada. Se encontraba oscuro. Oscuro, frío como el hielo. Me sentía entumecida. Sin vida. ¿Por qué Joaquin me había encerrado ahí dentro?
¿Por qué?
Mientras sentía que el aliento era succionado fuera de mis
pulmones, la puerta del ataúd se abrió de nuevo. Esperaba encontrar a Joaquin, pero no era él. Era Pedro.
Pedro Alfonso.
Pedro me salvó de ser enterrada viva.
Pedro.
Pedro.
Pedro.
Mi mente se quedó en blanco.
Vacío de nuevo.
Momentos más tarde, volví a estar consciente otra vez.
Desperté, pero mis párpados aún se encontraban cerrados y apretados como si estuvieran sellados. Como si nunca fuera capaz de volver a abrirlos más. Como si nunca volvería a ver de nuevo. Esta vez las imágenes de estar sumergida en un río helado cruzaron mi mente. Me estaba ahogando, congelando, perdiendo la conciencia. Una mano salió de la
nada. Grité por Joaquin, pero fue Pedro quien me sostuvo.
¡Agárrate a mí, Paula! Te tengo.
Entonces…
Me encontraba bajo el agua, el pelo pegado a mi cara. No podía ver ni respirar. Me había ido. Pedro se hallaba conmigo bajo el agua, también. Tenía los ojos cerrados. Él se había ido, también. Joaquin estaba allí bajo el agua. Él ya se encontraba en el fondo del lago congelado.
Esperándonos. Esperando...
Entonces oí las sirenas...
Oscuridad.
-Ella está volviendo, doc-escuché un susurro de voz. Era una voz masculina.
Sentí una sonda en el lóbulo de mi oreja.
- La temperatura vuelve a la normalidad, ahora -dijo la voz
masculina. Su voz se había acentuado con un acento sureño.
- Bien - gritó una voz de mujer-. Es una persona afortunada.
¿No es así?
-Sí -acordó la voz masculina.
-Por lo general, en casos como éste, la congelación y otras
lesiones localizadas provocan daños en los tejidos profundos.
¿Daño de tejido profundo?
¡Oh, Dios mío! ¡Pude haber muerto!
-Las partes del cuerpo afectadas suelen ser amputadas
-continuó la voz de la mujer.
Mi corazón se congeló. Mi respiración se detuvo.
¿Amputadas?
¿Tendrían que amputármelas?
¡Jesús! ¡No!
Si alguna vez en mi vida iba a sentir que el miedo me
estrangulaba con una mano y absorbía el aliento vital de mí, ese era el momento.
¿Amputación?
Todo parecía mucho más en perspectiva ahora. Mis problemas no eran nada antes, comparado con esto. La pérdida de un ser querido mata el alma, ¿y la pérdida de una extremidad...? Impensable. Sin embargo, muchos de mis amigos que sirvieron en el extranjero han vuelto héroes, menos sus extremidades.
¡Oh, Dios!
No tenía nada de qué quejarme antes. Nada.
Oí el sonido del papeleo, y el suave sonido de un pitido continuo y olí la bebida de café recién hecha en Starbucks, probablemente perteneciente a uno de los miembros del personal en mi habitación. Ese calmado sonido arrullador del lejano pitido. Había cosas pegadas a mi piel, como marcadores o algo. Probablemente estaba enganchada a una máquina de electrocardiograma
Mi brazo izquierdo tenía una gran presión en él. Un material
suave estranguló mi brazo.
-Su presión arterial sigue siendo entre noventa y sesenta -dijo la voz masculina.
La mujer suspiró y dio instrucciones al hombre a seguir vigilando y volver a tomar la presión arterial de nuevo una vez que la segunda bolsa de fluidos se acabara.
-¿Alguna noticia de su amigo? -La voz masculina sonó
preocupada.
-Él falleció al llegar, ¿no?
-Oh, no. ¿Murió por salvarla? Eso es triste -el acento sureño
del hombre hizo que mi sangre se cortara. Estoy segura de que a él le importaba, quienquiera que fuese. Pero ese tono de voz lastimoso no funcionaba en mí, en estos momentos.
La había cagado, a lo grande. No lo necesito para hacerme sentir peor. Eso no era simplemente triste, fue... trágico. Impensable.
-¿Qué? -grité, pero no he logrado hacer un sonido-.Pedro... ¿Se ha ido?
Empecé a agitarme, batallando por moverme en la cama, pero me sentía atada. Mis miembros se sentían pesados. Luché para forzar la apertura de los ojos, pero no tenía la fuerza suficiente para hacerlo.
¿Pedro está muerto?
¿Pedro Alfonso?
No.
No.
No.
Sentí que mi corazón se apretaba de nuevo. Esta vez más fuerte, como si el bombeo de la última gota de sangre atravesara mis tensas arterias.
¿Pedro está muerto?
Un intenso aleteo latía dentro de mi pecho. Mi cabeza sentía una sensación extraña de pesadez como si tuviera toneladas de presión en el interior y estuviera a punto de explotar. Mi respiración se había vuelto más dificultosa.
¿Pedro estaba muerto?
¡Oh, Dios! Yo lo maté. Él trataba de salvar mi vida y yo... yo lo arrastré hacia abajo conmigo. Al igual que a Joaquin. Era responsable de su muerte también, ¿no? De alguna manera, debo de haberlo sido. De repente, no me importaba si había perdido una extremidad o dos.
¡Siempre y cuando no hubiera perdido a Pedro, también!
Haría cualquier cosa por tenerlo de vuelta. Para empezar todo de nuevo. Para decirle que entendí que él sólo trataba de abrirme los ojos a la verdad.
¡Mierda!
Me quería morir ahí mismo.
Quería que me desconectaran las máquinas.
No podía seguir así. No sabiendo que Pedro... Joaquin... No. Pedro.
Quería a Pedro de vuelta. Él sólo trataba de decirme la verdad. Por primera vez, me di cuenta. No sé cómo, pero sabía en mi interior cuando estuve a centímetros de la muerte que Joaquin no era para mí.
Joaquin no me había amado. No de la manera que Pedro lo había hecho.
Pedro arriesgó su propia vida. No. Él dio su propia vida... sólo para salvarme. A pesar de que lo había maldecido y me fui corriendo hacia la tormenta.
¡Oh, Dios! ¿Qué había hecho?
Las lágrimas se hincharon dentro de mis párpados y la pesadez se volvió insoportable.
Humedad corría por mis mejillas. Por primera vez, fui capaz de abrir mis pesados párpados. Pero todo era borroso. El médico y la enfermera se encontraban en la sala de paginación para obtener ayuda.
Me encontraba histérica. Habían ordenado más analgésico para calmarme. La enfermera había inyectado algo en la pequeña bolsa de fluidos que llevaba a cuestas la cual estaba infundiendo cosas en mis venas.
Caí a la deriva rápidamente…
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