martes, 25 de noviembre de 2014

CAPITULO 18



PAULA




—Oh, bueno. Estás despierta —la voz calmante, suave de mi abuela me saluda cuando abro mis ojos. Me sentí extrañamente fuerte hoy. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero me sentí más viva. Al menos físicamente. Mi espíritu se encontraba todavía en los
vertederos.


Pedro estaba muerto.


Yo me hallaba muerta, por dentro.


Ella se sentó en la silla de visita al lado de mi cama con su vestido de lana negra largo hasta los tobillos, su favorito. El único que siempre había usado. Sus ojos se veían cansados. Tenía su rostro pálido.


¿Cuánto tiempo había estado sentada allí a mi lado? 


Esperando. A la espera de que me despertara.


Traté de aspirar un bocado de aire, pero mis pulmones ardían.


Era como si estuviera sumergida en las aguas heladas de nuevo. Pero no lo estaba, ¿o sí? Así era como se sentía el dolor. Pero no quería hablar de eso con ella aun. No ahora. No me encontraba lista para pronunciar esas palabras en voz alta.


Pedro estaba muerto.


—Sí —me las arreglé para exprimir las palabras a través de mis labios hinchados. Se habían sentido tan tiernos. Sabía que tenía que haber parecido una gigantesca cabeza de sandía o algo así—. Oh, abuela —murmuré. El dolor se apoderó de mi garganta.


—Shh. No digas una palabra, cariño —dijo mientras se acercaba a mí, acariciando mi frente como lo hacía cuando era pequeña. Su toque era terapéutico. Calmante—. El doctor llegará enseguida. Te estás sintiendo bien. Debo llamar a la enfermera para conseguirte algo.


Estiré mi mano para tocar su muñeca mientras ella seguía
curando mi oreja, mis miembros todavía se sentían más débiles que lo habitual.


—Estoy bien. Solo estoy... cansada —dije mientras presionaba el botón en el lado de la baranda para ajustar el ángulo de la cama de modo que yo estuviera levantada un poco más.


Los ojos grises de la abuela parecían tristes, llenos de
desesperación y, probablemente, Dios sabía cuántas noches tenía sin dormir preocupada por mí.


—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —susurré.


La abuela miró al abuelo que se encontraba sentado en otra silla en la esquina de la habitación, con los ojos cerrados, se había quedado dormido. Me alegré de que ambos pudieran estar aquí conmigo. Si no fuera por ellos no habría tenido a nadie a mi lado, esperando por mi recuperación.


La abuela suspiró profundamente. Se veía cansada. ¡Oh, Dios! Me había metido un poco con una gran cantidad de personas cercanas a mí, ¿no es así? Primero Joaquin, luego Pedro, ahora mis abuelos que tenían que preocuparse de mí. Si no hubiera sido tan estúpida, como para salir sabiendo que había una tormenta. El problema era, que la mayoría de los meteorólogos de hoy apenas podían predecir con una precisión del cien por ciento en estos días. No con los cambios ambientales que pasan en el mundo. Realmente pensé que podría conducir a Nueva York antes de que el ojo de la tormenta golpeara. Chico, yo era estúpida. Y no solo tenía que pagar un precio, Pedro también tenía. Con su vida.


—Bueno, tu abuelo y yo no hemos dejado tu lado desde que estas aquí. Hemos estado tomando turnos trayéndote la sopa caliente de pollo hecha en casa y hablando contigo. Solo como el doctor había sugerido.
Ella es una buena mujer, la Doctora... ¿Cómo era su nombre? Languini creo. Dr. Languine. Doctora agradable. Y luego está aquel enfermero.
Un hombre. Bien, nunca había visto uno de esos antes... no mientras crecía... —Se balancea hacia adelante y hacia atrás y mientras se lleva las manos a su regazo.


Sonreí por la forma en que la abuela había hablado sobre la
doctora y el enfermero. Era tan anticuada en algunos aspectos, Dios bendiga su corazón. Ella no acostumbraba a ver demasiadas doctoras o cirujanos atrás en su día y todavía tenía un poco de pensamiento retrógrado sobre las mujeres estando en casa criando a sus hijos para que los niños crecieran correctos. Sí, en otro mundo tal vez. 


Trabajar no era un más una opción. Le tomó dos ingresos para hacerlo en estos días. Pero trata de decirle eso a la querida abuela.


—Sí, estoy segura de que ella es agradable.


El calor en mí se desvaneció rápidamente cuando un escalofrió recorrió mi sangre al pensar en Pedro en algún lugar de la morgue. Sus hermanos, su padre, todos ellos me culparían de su muerte. Por su muerte tratando de salvar mi vida.


—¡Oh, Dios mío! —grité sosteniendo mi cabeza. Lágrimas escocían mis ojos y se derramaban sobre mis mejillas. Una vez más.


Nunca iba a ser capaz de vivir así de deprimida.


Había odiado a Pedro por no hacer un movimiento por mí la
primera vez cuando tuve un flechazo con él en el noveno grado.


Lo había odiado por dar un paso cuando Joaquin me invitó a salir.


Lo odie recientemente cuando me enteré de que... Joaquin no estaba con alguien como yo. Pero sin embargo él no me lo había dicho entonces. ¿Lo habría escuchado?


Pedro dio su vida para salvar la mía.


—¿Qué ocurre, querida? —La abuela se levantó de la silla y se sentó a mi lado junto a la cama inclinándose hacia mí, abrazándome. —Vas a estar bien querida. Vas a estar bien.


—No, abuela. No, nunca voy a estar bien, —grité, meciéndome hacia adelante y hacia atrás en la cama como un paciente en la sala mental.


Mi cabeza fue oprimida y la pesadez resurgió.


Justo en ese momento un golpe en la puerta sonó. No me había molestado en mirar hacia arriba. Realmente no me importó ver al doctor o a cualquiera de las enfermeras. 


Solamente no me preocupé por nada.


No iba a hablar con nadie.


Entonces...


Oí que me llamaban. Era una voz familiar. Una sensación
escalofriante se deslizó por mi espina dorsal. Alucinaba otra vez ¿Lo estaba? Olí el café recién hecho de Starbucks y un delicioso aroma de colonia cara como la que Pedro tenía el día que...


—Hola. ¿Todo bien? ¿Debo llamar a la enfermera?


Levanté mi mirada y mi corazón saltó en mi garganta.


—¿Pedro? —grité—. ¿Tú estás... estás aquí? ¿Estás... estás vivo?


—Bueno, eso espero, o alguien me debe una seria explicación — dijo con su profunda voz suave y sexy que envía pulsos de electricidad a través de mis venas.


¿Pedro se encontraba vivo?


Pero...


—Bueno, querida. Por supuesto, él está vivo. —La abuela
intervino—. Él fue quien nos llamó aquí al hospital. —La abuela miró sorprendida por mi reacción.


—Pero... —soñaba. Sabía que lo estaba. Iba a despertarme y todo habría terminado—. Pero... el doctor. La enfermera. Ellos... ellos dijeron que habías muerto tratando de salvarme. —Mi voz temblaba en mi garganta. Apenas podía mantener mi cuerpo quieto.


¿Qué pasaba?


—¿Lo hice? —Pedro alzó una ceja. Su hermosa altura, estructura muscular se puso sobre mí mientras colocaba la bandeja con café sobre la mesa lateral. Él sabía que me gustaba un Starbucks doble y eso es lo que tenía en la bandeja. ¿Qué pasaba? ¿No se suponía que se hallaba
muerto?


No es que me estuviera quejando. Solo quería asegurarme de que no alucinaba o soñaba con todo esto.


El abuelo siguió roncando fuerte. La abuela se levantó y le dio un suave manotazo con el periódico en la mesa de al lado—: Levántate, Ernie. Vamos a dar un paseo.


Aww, la abuela quería darnos a Pedro y a mí una posibilidad de entender qué diablos pasaba. ¿Qué les había dicho Pedro? La abuela estaba tan dispuesta a darnos privacidad.


Pedro miró con amor a mis ojos. Sus hermosos ojos oscuros y atractivos me sostuvieron fijamente la mirada y el placer recorrió mi cuerpo de nuevo. El recuerdo de su suave piel y los músculos firmes sobre mí, que me llevó a alturas eróticas, hace días en medio de la tormenta en su camioneta. ¡Ah, Dios! Lo amé. Quise estar con él. Sólo
él. Pero me encontraba confundida, sobre todo en estos momentos.


—Ahora —dijo Pedro con una encantadora sonrisa con hoyuelos en su cara mientras se sentaba a mi lado. Pasó su mano por mi espalda y temblores de placer bailaban a través de mi vientre, un calor se apoderó de mí. Sí. Él era real. Esto era real. No soñaba. Lo sentí a él, de nuevo—
. ¿Quién te dijo que estaba muerto? —preguntó Pedro, con total naturalidad como si fuera divertido.


—Escuché al doctor y la enfermera diciendo DOA3 que él... tú moriste salvándome.


Pedro arrugó su atractiva y oscura frente, luego una sonrisa tocó sus labios.


—Sí, ahora lo entiendo. No fui yo, Paula. Un tipo que pasó
conduciendo por ahí y nos vio en el lago. A mí tratando de sacarte. Él vino a dar una mano pero le dije que fuera a conseguir ayuda. Lo hizo, pero luego regresó. Él debe haber estado en los setenta.


—¿Setenta? —Mi voz punzante— ¿Un anciano?


—Bueno, no era tan viejo... pero sí, era lo bastante mayor para ser el viejo de mi viejo, pero creo que era su hora. En realidad no se veía muy bien, era un buen hombre tratando de darme una mano, pero yo le dije que se quedara atrás. No quería tener que rescatar a dos al mismo tiempo. Una víctima era suficiente. —Pedro terminó. Se inclinó más
cerca de mí.


Dejé escapar un profundo suspiro de alivio, pero más que eso. Mi corazón latía con normalidad. La presión en mi cabeza no era tan insoportable ahora.


—¡Oh, Dios! ¡Pedro! —Lloré en su pecho, serpenteando mis brazos alrededor de su cintura. Pensé que lo había perdido. Pedro estaba vivo.


¡Gracias a Dios! Conseguí lo que tantas personas no tenían-una segunda oportunidad para hacer las cosas bien. Y esa segunda oportunidad era algo por lo que yo no iba a meter la pata.


—Escucha, lo siento por estar fuera de línea de vuelta al coche... yo no debería tener...


—¡Pedro No! No fue tu culpa. Tenías razón. Yo quería la verdad y necesitaba la verdad, incluso si la verdad duele.


—Sí, la verdad duele... pero también es lo único que puede
hacerte libre, Paula. No me iba a cruzar de brazos y dejar que te culparas por una vida que tú probablemente no habrías tenido con Joaquin de todos modos. Él realmente se preocupaba por ti, sin embargo. Quiero decir, que le gustabas,Paula. Eres muy dulce. En todos los sentidos. —
Su voz se apagó en una voz baja y sensual.


—¡Oh, Pedro!


—Sí —dijo mientras sostenía mi mano y me daba un cálido
abrazo que envió nueva energía a través de mí.


—Quiero que nosotros, tú sabes... empezar de nuevo. Quiero decir, quiero llegar a conocerte más. Para estar... contigo. —Allí, lo dije.


Quería estar con Pedro. No me importaba si me iba a rechazar o no.


Tengo una segunda oportunidad para decirle lo que sentía y que era de oro.


—Sí, yo también quiero estar contigo, Paula. No quiero nada más en este mundo que amarte, cuidar de ti, acariciar cada centímetro de ti como te merecías ser acariciada, Paula. —Su voz se tambaleó por la fuerte emoción. Nunca vi a Pedro como esto en todos los años que lo conozco.


—Quiero eso también, Pedro —dije mirándolo a los ojos y viendo la profundidad de su hermosa alma, sus ojos solidarios. La atracción sexual era sólo un lado de él. La manera loca en que podía llevar mi cuerpo a la fuerte subida de alturas eróticas era sólo una parte de él.


Quería más de Pedro. Estar con él y por él. Siempre.


—Primero vamos a beber el café antes de que se enfrié. —Se inclinó para agarrar los dos vasos de Starbucks y me dio el mío.


—Gracias —dije mientras me lo entregaba. Nuestros dedos se tocaron y sensaciones eléctricas de placer se dispararon a través de mí.


Nunca me sentí así con Joaquin antes. Nunca. Estaba destinada a estar con Pedro y lo sabía ahora. Estaba agradecida por una segunda oportunidad para hacer lo correcto.


En este momento tenía una cuestión candente que movía mi
curiosidad


—¿Pedro?


—Sí —dijo dirigiéndose a mí, el amor brillando en sus ojos.


—¿Cuánto... cuánto tiempo llevo aquí? ¿En el hospital?


—Un año y medio.


—¿Qué? —Casi se me cayó el café en mi regazo cuando mis manos se habían debilitado. Él agarró la copa a tiempo—. ¿Perdí un año de mi vida sin saberlo?


Él sonrió, esa picara sonrisita sexy que hacia sus miradas
infantiles tan adorables.


—Relájate, chica. Deberías conocerme a estas alturas. —Hice rodar mis ojos.


Luego se redimió cuando levantó mi mano a sus dulces suaves labios y presionó sus labios en mi piel. Me estremecí de placer. Oh, como lo quería para explorar mi cuerpo otra vez, con su oferta, los labios mágicos como lo hizo cuando nos quedamos allí juntos.


—Te quiero, Paula. Era demasiado estúpido antes para darme cuenta de ello. Quiero pasar mi vida contigo.


—Eso es genial. —Sonreí con dulzura—. No puedo imaginar mi vida sin ti Pedro… siempre quiero estar… contigo.


Fin




3 Dead On Arrival. En lenguaje técnico de urgencias médicas "muerto al llegar"

CAPITULO 17




PAULA



¡Oh, Dios! ¿Dónde estoy?


¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Cuánto tiempo he estado aquí?


¡Ouch! Mi cabeza me está matando.


Me hallaba acostada en una cama estrecha en una habitación con aire caliente. Me sentía débil, paralizada. 


¿Estaba fuertemente sedada?


¿Me encontraba muerta? Mis párpados se sentían demasiado pesados para abrirlos, pero oí el sonido del pitido de una máquina y el zumbido de lo que sonaba como aire acondicionado, pero no podía ser eso. Me sentía demasiado caliente. Mi cuello se encontraba asegurado en algún tipo de soporte.


El aroma a desinfectante de pino flotaba más allá de mi nariz, ese olor característico de producto de limpieza de hospital. ¿Me hallaba en una cama de hospital?


Me devanaba los sesos tratando de averiguar lo que pasó. ¿Por qué estaba allí? Llevé mi mente a la deriva de nuevo. 


Traté de mover mi mano, pero sentí una sensación de pinchazo en una de las venas en mi mano derecha. Había una vía intravenosa insertada. Los líquidos deben de estar corriendo a través de mi sangre ahora mismo. Líquidos cálidos.


Probablemente sal, agua o algo. Eso fue lo que me dieron antes, cuando estuve en un hospital con un caso grave de meningitis.


Mi mente se quedó en blanco como si hubiera caído en una nada.


Un escalofrío recorrió mi cuerpo.


¿Estaba muerta?


¿Me estaba muriendo?


Silencio.


Oscuridad.


Momentos pasaron antes de ser consciente de mi entorno de nuevo. Tal vez fueron horas las que transcurrieron. ¿Quién sabe? Gemí, pero no creí que nadie estuviera en la habitación para escucharme. Mis párpados se hallaban todavía pesados y permanecieron cerrados. Debo haber estado drogada. Tal vez con morfina o algo así.


El miedo se apoderó de mi garganta y no la soltó. Me encontraba atrapada en el interior de mi ser y mis pensamientos.


Mi culpa.


La culpa siempre fue una carga pesada de llevar.


Pero, ¿por qué había sentido ese tan horrible ataque de
culpabilidad? ¿Qué había hecho o que no había hecho?


Piezas de imágenes salpicaban toda la pantalla oscura de mi mente. Joaquin. ¡Oh, Dios! Joaquin se había ido. Estaba muerto. Mi corazón se apretó con el recuerdo. ¿O había simplemente pasado? Sentí que las lágrimas brotaban dentro de mis párpados. Joaquin se encontraba de pie
inclinado sobre mí... Miré y miré a mí alrededor. Grité pero nadie me escuchó. Me encontraba en un ataúd y él miraba por encima de mí.


Luego cerró la puerta. Grité y di un golpe duro en la madera, pero no pasó nada. Se encontraba oscuro. Oscuro, frío como el hielo. Me sentía entumecida. Sin vida. ¿Por qué Joaquin me había encerrado ahí dentro?


¿Por qué?


Mientras sentía que el aliento era succionado fuera de mis
pulmones, la puerta del ataúd se abrió de nuevo. Esperaba encontrar a Joaquin, pero no era él. Era Pedro.


Pedro Alfonso.


Pedro me salvó de ser enterrada viva.


Pedro.


Pedro.


Pedro.


Mi mente se quedó en blanco.


Vacío de nuevo.


Momentos más tarde, volví a estar consciente otra vez. 


Desperté, pero mis párpados aún se encontraban cerrados y apretados como si estuvieran sellados. Como si nunca fuera capaz de volver a abrirlos más. Como si nunca volvería a ver de nuevo. Esta vez las imágenes de estar sumergida en un río helado cruzaron mi mente. Me estaba ahogando, congelando, perdiendo la conciencia. Una mano salió de la
nada. Grité por Joaquin, pero fue Pedro quien me sostuvo.


¡Agárrate a mí, Paula! Te tengo.


Entonces…


Me encontraba bajo el agua, el pelo pegado a mi cara. No podía ver ni respirar. Me había ido. Pedro se hallaba conmigo bajo el agua, también. Tenía los ojos cerrados. Él se había ido, también. Joaquin estaba allí bajo el agua. Él ya se encontraba en el fondo del lago congelado.


Esperándonos. Esperando...


Entonces oí las sirenas...


Oscuridad.


-Ella está volviendo, doc-escuché un susurro de voz. Era una voz masculina.


Sentí una sonda en el lóbulo de mi oreja.


- La temperatura vuelve a la normalidad, ahora -dijo la voz
masculina. Su voz se había acentuado con un acento sureño.


- Bien - gritó una voz de mujer-. Es una persona afortunada.


¿No es así?


-Sí -acordó la voz masculina.


-Por lo general, en casos como éste, la congelación y otras
lesiones localizadas provocan daños en los tejidos profundos.


¿Daño de tejido profundo?


¡Oh, Dios mío! ¡Pude haber muerto!


-Las partes del cuerpo afectadas suelen ser amputadas
-continuó la voz de la mujer.


Mi corazón se congeló. Mi respiración se detuvo.


¿Amputadas?


¿Tendrían que amputármelas?


¡Jesús! ¡No!


Si alguna vez en mi vida iba a sentir que el miedo me
estrangulaba con una mano y absorbía el aliento vital de mí, ese era el momento.


¿Amputación?


Todo parecía mucho más en perspectiva ahora. Mis problemas no eran nada antes, comparado con esto. La pérdida de un ser querido mata el alma, ¿y la pérdida de una extremidad...? Impensable. Sin embargo, muchos de mis amigos que sirvieron en el extranjero han vuelto héroes, menos sus extremidades.


¡Oh, Dios!


No tenía nada de qué quejarme antes. Nada.


Oí el sonido del papeleo, y el suave sonido de un pitido continuo y olí la bebida de café recién hecha en Starbucks, probablemente perteneciente a uno de los miembros del personal en mi habitación. Ese calmado sonido arrullador del lejano pitido. Había cosas pegadas a mi piel, como marcadores o algo. Probablemente estaba enganchada a una máquina de electrocardiograma


Mi brazo izquierdo tenía una gran presión en él. Un material
suave estranguló mi brazo.


-Su presión arterial sigue siendo entre noventa y sesenta -dijo la voz masculina.


La mujer suspiró y dio instrucciones al hombre a seguir vigilando y volver a tomar la presión arterial de nuevo una vez que la segunda bolsa de fluidos se acabara.


-¿Alguna noticia de su amigo? -La voz masculina sonó
preocupada.


-Él falleció al llegar, ¿no?


-Oh, no. ¿Murió por salvarla? Eso es triste -el acento sureño
del hombre hizo que mi sangre se cortara. Estoy segura de que a él le importaba, quienquiera que fuese. Pero ese tono de voz lastimoso no funcionaba en mí, en estos momentos.


La había cagado, a lo grande. No lo necesito para hacerme sentir peor. Eso no era simplemente triste, fue... trágico. Impensable.


-¿Qué? -grité, pero no he logrado hacer un sonido-.Pedro... ¿Se ha ido?


Empecé a agitarme, batallando por moverme en la cama, pero me sentía atada. Mis miembros se sentían pesados. Luché para forzar la apertura de los ojos, pero no tenía la fuerza suficiente para hacerlo.


¿Pedro está muerto?


¿Pedro Alfonso?


No.


No.


No.


Sentí que mi corazón se apretaba de nuevo. Esta vez más fuerte, como si el bombeo de la última gota de sangre atravesara mis tensas arterias.


¿Pedro está muerto?


Un intenso aleteo latía dentro de mi pecho. Mi cabeza sentía una sensación extraña de pesadez como si tuviera toneladas de presión en el interior y estuviera a punto de explotar. Mi respiración se había vuelto más dificultosa.


¿Pedro estaba muerto?


¡Oh, Dios! Yo lo maté. Él trataba de salvar mi vida y yo... yo lo arrastré hacia abajo conmigo. Al igual que a Joaquin. Era responsable de su muerte también, ¿no? De alguna manera, debo de haberlo sido. De repente, no me importaba si había perdido una extremidad o dos.


¡Siempre y cuando no hubiera perdido a Pedro, también! 


Haría cualquier cosa por tenerlo de vuelta. Para empezar todo de nuevo. Para decirle que entendí que él sólo trataba de abrirme los ojos a la verdad.


¡Mierda!


Me quería morir ahí mismo.


Quería que me desconectaran las máquinas.


No podía seguir así. No sabiendo que Pedro... Joaquin... No. Pedro.


Quería a Pedro de vuelta. Él sólo trataba de decirme la verdad. Por primera vez, me di cuenta. No sé cómo, pero sabía en mi interior cuando estuve a centímetros de la muerte que Joaquin no era para mí.


Joaquin no me había amado. No de la manera que Pedro lo había hecho.


Pedro arriesgó su propia vida. No. Él dio su propia vida... sólo para salvarme. A pesar de que lo había maldecido y me fui corriendo hacia la tormenta.


¡Oh, Dios! ¿Qué había hecho?


Las lágrimas se hincharon dentro de mis párpados y la pesadez se volvió insoportable.


Humedad corría por mis mejillas. Por primera vez, fui capaz de abrir mis pesados párpados. Pero todo era borroso. El médico y la enfermera se encontraban en la sala de paginación para obtener ayuda.


Me encontraba histérica. Habían ordenado más analgésico para calmarme. La enfermera había inyectado algo en la pequeña bolsa de fluidos que llevaba a cuestas la cual estaba infundiendo cosas en mis venas.


Caí a la deriva rápidamente…